“De un tiempo a esta parte, Rodrigo Fresán, posiblemente el narrador argentino técnicamente más dotado de su generación, y uno de sus mejores lectores, se ha especializado en largas novelas rapsódicas en las que la idea sagaz y sorprendente y el epigrama alternan con la alusión, el guiño al lector más fanático y el anacronismo; son novelas que podrían dar la impresión de que la comunicación no es posible, o al menos, innecesaria, ya que sus personajes dialogan muy raramente y, por lo general, se entregan a soliloquios en los que el tiempo y el orden narrativos son arrastrados por un caudal poético y desmesurado que tiene en la aliteración su principal baza. Pero el caudal nunca lo arrastra todo, o lo arrastra en olas. Y así, la narración vuelve una y otra vez sobre sí misma en dos sentidos: vuelve, desde un presente de la narración a menudo bosquejado superficialmente, hacia el pasado de los personajes (en este caso, los antecedentes familiares de Allan Melvill, su Grand Tour europeo, el casamiento y los malos negocios que acabaron con su patrimonio y su reputación, así como con los de su mujer), pero también vuelve una y otra vez sobre su condición de posibilidad; como sucede en todos los libros de Fresán, los narradores (padre e hijo) tienen más interés aquí en la naturaleza del relato que en lo que éste narra, les importa más el tipo de mecanismo que opera en el borde entre la literatura y la vida (y hace caer algunos acontecimientos a un lado y otros acontecimientos al otro lado de esa frontera imprecisa) que el negocio de la vida, incluso la propia: es teatro mental, pero es un teatro sin espectadores, en el que los intérpretes confunden el eco de sus voces con el murmullo de una audiencia.” [Sigue leyendo]

La Agenda de Buenos Aires (Argentina), enero de 2022.