“‘De todas las causas que han perjudicado la salud de las mujeres, es posible que la principal haya sido la multiplicación infinita de novelas’, afirmó Samuel Auguste Tissot. Pero esto, naturalmente, Berthe no lo sabe. Que Tissot fue un médico suizo, que escribió acerca de la epilepsia, que investigó (no se sabe mediante qué métodos) el onanismo, tampoco. Su padre ha muerto, su madre ha muerto, su abuela ha muerto; el prestamista Lhereux ha vaciado la casa, el boticario Homais ya ha obtenido su medalla, Yonville se ha convertido en una especie de bruma a la que Berthe regresa a veces para descorrer un velo, sin conseguirlo. Nunca regresa a la aldea (así la llama), pese a que Ruan está relativamente cerca y los medios de transporte han mejorado mucho en los últimos años. A veces escucha a las otras hilanderas hablando acerca de su infancia, pero la suya está en un sitio al que no puede regresar y del que sólo conserva un puñado de imágenes difusas. Berthe trabaja en una hilandería, desde que era niña y por lo que le queda de vida, piensa. Una de las mujeres de la fábrica tiene un ojo de vidrio; se ha dado cuenta porque nunca la mira con él. Pero el hecho es que nadie la mira nunca, ni siquiera en la fiesta anual de la fábrica o a la salida de la iglesia, como si todos tuvieran uno o dos apéndices vítreos en las cuencas vacías o ella fuera de la materia de la que están hechos los sueños.” [Sigue leyendo]

El País Semanal, agosto de 2019.