“¿Qué sucedería si nuestros jardines no fueran diseñados para nuestra satisfacción sino para la de las especies no humanas? ¿Cómo se verían? ¿Qué plantas los conformarían? ¿Y a qué distancia unas de otras? ¿De qué manera podríamos aprender a mirarlos, reconciliados por fin con la idea de que no somos los únicos habitantes de nuestro planeta ni, al parecer, los más necesarios? La destrucción del mundo físico —a cada día más difícil de negar, dados los incendios forestales y las temperaturas extremas, la escasez de agua en buena parte del planeta y las cosechas malogradas, la sucesión de olas de calor inédita hasta la fecha y su efecto en las personas más vulnerables, incluidos los trabajadores al aire libre y los ancianos— se ha convertido en uno de los asuntos más recurrentes de la práctica artística contemporánea, como pone de manifiesto Pollinator Pathmaker: la instalación frente al Museo de Ciencias Naturales conecta de algún modo con la que el artista argentino Tomás Saraceno creó para la Serpentine Gallery de Londres en 2021, cuando —como parte de un esfuerzo mayor por acoger en el espacio de la galería a personas de todas las edades, pero también a insectos, plantas y animales— ‘exhibió’ una habitación cubierta de telarañas. Web(s) of life no sólo ofrecía un espectáculo infrecuente, y vivo, ya que las arañas continuaron trabajando durante los tres meses que estuvieron en la Serpentine, sino que también evocaba poderosamente la idea de un mundo, ‘otro’, en el nuestro, un mundo radicalmente distinto —y no exento de belleza y de eficacia— del que podríamos disfrutar si permitiésemos a otras especies darle forma y modificarlo a su antojo; una prerrogativa que tecnócratas, adictos a las tecnologías disruptivas y narcisistas infatuados no parecen dispuestos a ceder ni siquiera a la vista del hecho de que su resultado es la inviabilidad del mundo físico y el acabamiento de nuestra sociedad.” [Sigue leyendo]

El País/Ideas, octubre de 2023.