«Siempre me ha gustado la escritura Pron. Envuelta en celofán frío, o como si la escritura se tallase con un bisturí con el que a ningún término le sobra algo de barba, de relieve, de sombra. Una escritura que se desliza sin huella sobre el hielo donde traza siempre sus historias y que a la vez cruje cuando uno la desenvuelve y se lleva al paladar sus ideas. Luego, cuando la prosa cae en el estómago provoca ardor o esa punzada que le hace a uno preguntarse por qué golpea o araña lo que Pron escribe como quién no quiere hacer ruido, y sólo nos cuenta aquello que ha observado al microscopio. Social, político, económico, sentimental, líquido. Igual que esta novela Bauman con la que Pron le practica también la autopsia de pareja a las formas en las que hoy nos relacionamos sujetos a automatismos, a leyes de mercado, a las redes en las que nos extraviamos entre la difuminación de lo público y lo privado, y nos hemos convertido en objetos y proveedores de consumo. Ella que rompe, él que divide la biblioteca, el verdadero hogar sentimental que nos define y que mejor simboliza la pérdida. Ambos que zozobran en la frontera de los cuarenta, cuando la vida entra en rutina y en acto de contrición y la gente se evalúa/devalúa según la imagen que tiene de su mundo, de sus convicciones, de su identidad. Tener el coraje de cambiarlo todo, o la impotencia de no poder cambiar nada.» [Sigue leyendo]

La Opinión de Málaga (España), abril de 2019.