“Quizás la destrucción de estatuas pueda parecernos una actividad especialmente violenta, pero, en algún sentido, no es más violenta que la de erigirlas, sancionando un estado de cosas y una cierta interpretación del pasado que se imponen a una sociedad a menudo sin su concurso y para que sirvan de modelo: no son mobiliario urbano, sino símbolos, algo que tal vez no nos parezca tan poderoso, pero es lo más poderoso que existe, ya que restituye una vinculación entre las palabras y el mundo sin la cual no existen ni unas ni otro. Narrar el pasado a través de esos símbolos es una de las formas más eficaces de delimitar, ampliar el repertorio de posibilidades, reducirlo o transformar el presente, lo que equivale a decir que es la manera más práctica de dar forma al futuro de una sociedad: destruir los símbolos de un pasado esclavista y presidido por el odio al ‘otro’ sería la forma de evitar que éste se repita.” [Sigue leyendo]

El País (España), enero de 2021