“¿Había un final? ¿O era sólo un cambio de ritmo? Había pensado que en el final de la novela, como el gran género post-trágico, en este mundo del que habían desertado los dioses, el héroe se convertía o moría, es decir, se suicidaba (como Quentin Compson) o entraba en razones (Alonso Quijano al final de su vida), mientras él, en cambio, no pensaba transigir; y, en cuanto al suicidio, había pasado varias veces por ahí sin éxito, entonces mejor dejaba la historia de su vida en este punto, antes, porque luego su vida era demasiado pública, de modo que lo que en sus diarios había registrado no era pertinente incluirlo en esta versión de su experiencia. Me detuve en 1982 porque hasta ahí no había abdicado ni me había suicidado, y luego, como el profeta Isaías, confundiría los años con los días, una jornada entera que encerrara, en sus horas, varios tiempos.” (Ricardo Piglia, sin referencia.)” [Sigue leyendo]

La Agenda de Buenos Aires, febrero de 2021.