“Klaus Kinski solía recomendar que juzgásemos a las personas por sus defectos porque ‘las virtudes se pueden fingir, pero los defectos siempre son reales’. Kinski conocía de primera mano todos los segundos, incluyendo la grosería, la soberbia, la agresividad y la impaciencia, así como algunos de los primeros; pero todas nuestras virtudes pueden ser vistas como un defecto, dadas ciertas circunstancias: algunas de ellas, como la capacidad de pensar durante días de forma obsesiva en una trivialidad, que es inherente a la vida de los escritores y constituye su principal activo, puede ser considerada, y padecida por quienes los (nos) rodean, como un defecto insoportable. Yo (por ejemplo) llevo varias semanas preguntándome dónde está el muñeco que las antiabortistas paseaban por las calles de Buenos Aires. ¿Tenía nombre? ¿Lo habrán desmontado? ‘¿Desmontarlo no sería como abortarlo, como en esa película falsa que nos ponían en la escuela, El grito silencioso?’, le pregunto a un amigo argentino; pero mi amigo sólo responde: ‘Era una especie de Oaky distópico, ¿no?’. R. y yo discutimos la idea de que, en realidad, el ‘Oaky distópico’ cumplía la misma función que los cerdos inflables de Pink Floyd o el Eddie de Iron Maiden, la de distraer al público de la pobreza intelectual del espectáculo. Un músico harto de los hoteles y de las drogas se convierte en líder de un movimiento de masas para denunciar la enajenación del sujeto contemporáneo. Una momia que escupe sangre sobre el baterista encarna el carácter contracultural del rock duro. La violación de una niña es un ‘regalo de Dios’ y una intervención quirúrgica es un ‘asesinato’. ‘Uno sólo se puede comprender por completo a sí mismo; a los demás, tan sólo a medias’, dijo Arthur Schopenhauer. Pero algunas personas y ciertos argumentos son difíciles de comprender incluso a medias, y es mejor mirar hacia otro lado. A un muñeco, por ejemplo.” [Sigue leyendo]

La Agenda de Buenos Aires, febrero de 2021.