“4 de diciembre: Una experiencia ‘originaria’, algo que ‘está antes del sujeto, es decir, antes del lenguaje’, en palabras de Giorgio Agamben, regresa periódicamente en los diarios de escritor, así como lo que la investigadora Romina Magallanes llama ‘la impotencia que habita este tipo de escrituras’, ‘un límite, una materialidad ‘muda’, infantil’ que se convierte en grafomanía: ‘marca[s] ilegible[s], garabatos, dibujos, repeticiones, la copia, […] la insignificancia, la compulsión escrituraria’. No parece haber ninguna buena razón, a estas alturas, para hablar de la infancia. La mayoría de las novelas que abordan el asunto se me hacen difíciles de leer, ligeramente irritantes en su intento de, en algunas ocasiones, emplear una supuesta voz ‘infantil’ y, en otras, otorgar sentido a algo que carece de él, que es tan sólo la repetición de los gestos de los demás y una negociación perdida de antemano con sus deseos y sus demandas. Para quienes crecimos en circunstancias no muy agradables, además, la infancia es un sitio cruel y confuso al que no deseamos regresar: es, literalmente, la pesadilla de la que Stephen Dedalus trata de despertarse. Nadie se recupera de la infancia, sin embargo. Nada termina nunca, mucho menos esos primeros momentos de invalidez y fragilidad en que se nos instilan las ideas de ‘Dios’, ‘Patria’ y ‘Hogar’ que terminan destruyéndonos.” [Sigue leyendo]

La Agenda de Buenos Aires, diciembre de 2021.