“A lo largo de los últimos años, la industria editorial ha avanzado en un proceso de automatización de la toma de decisiones que, de una forma todo menos casual, ha coincidido con la marginación de muchos de sus trabajadores más cualificados, cuyas decisiones acerca de la conformación del catálogo, las adquisiciones de títulos y su promoción parecen más y más constreñidas por la presión de los departamentos comerciales; como en el periodismo, en la industria editorial se fantasea desde hace tiempo con el perfeccionamiento de herramientas informáticas que limiten el factor humano, aumentando, supuestamente, el rendimiento y la eficacia. La fantasía de la desaparición del libro físico y su reemplazo por el libro digital, que hubiera supuesto una importante reducción de costos de producción y, por lo tanto, una mayor rentabilidad, ha sido reemplazada tras diez años de inversión por la ficción de que el audiolibro y los podcasts harán posible el acercamiento a la literatura de quienes no quieren leer, en un desplazamiento de la forma en que se concibe al destinatario de los productos de esa industria, que pasa de ‘lector’ a ‘consumidor’, con todo lo que esto significa: pérdida de diversidad de la oferta literaria, reducción del riesgo en la apuesta por libros y tendencias, uniformización del gusto, seriación, una edición que responde a una cierta percepción de la demanda en lugar de crearla y transita unos carriles ya trazados por las redes sociales y cierto sector del periodismo, que en este momento pasan por la maternidad, la infancia, la identidad nacional, el conflicto entre padres e hijos.” [Sigue leyendo]

Babelia/El País (España), marzo de 2021.