“Hirayama —un espléndido Koji Yakusho— observa, limpia, riega, bebe, come, lee —a William Faulkner y a Aya Kōda, entre otros—, viaja, se baña, escucha. Sus días transcurren en los márgenes de ese enorme margen, de ese otro desconcertante, que es la sociedad japonesa. Quizás no sea una persona perfecta, pero sus días son perfectos en su simplicidad y en lo que le ofrecen: la contemplación de un mundo que todavía podemos habitar. Y esto, que es uno de los argumentos más razonables a favor de una cantidad indeterminada de fe —así como del tipo de actitud que adoptamos quienes, como Antonio Gramsci, aspiramos a ser «pesimistas de la razón y optimistas de la voluntad»—, se manifiesta en un estado paradójico de serena euforia que no nos abandona ni siquiera varios días después de haber visto el filme. Que nos transporta a un estado de irrazonable felicidad y nos hace preguntarnos cómo vamos a escribir sobre una película que nos ha gustado tanto. Tanto que no sabemos qué decir sobre ella que no diga Nina Simone en ‘Feeling Good’, la canción con la que —victoriosa, gloriosamente— termina la película: ‘Oh, freedom is mine / And I know how I feel’.” [Sigue leyendo]

La Agenda Revista (Buenos Aires), enero de 2024.