“La mayoría de los argentinos habita el ‘tercer paisaje’ de las piezas de Staffolani, en no-lugares cuyas creencias y prácticas participan tanto del régimen rural como del urbano, y en pequeños pueblos y ciudades que no apartan sus ojos de la capital, una Buenos Aires que, junto con su periferia, alberga al 38,9% de la población y que ya en 1940 Ezequiel Martínez Estrada llamó ‘la cabeza de Goliat’, un apéndice problemático en el cuerpo de la nación. Pese a ello, la literatura argentina continúa articulándose en torno a la oposición habitual entre la ciudad y el campo y, de manera más específica, entre la capital y lo que algunos llaman “el Interior”; si bien la literatura porteña vuelve por temporadas sobre (en palabras de Martín Caparrós, que le dedicó en 2006 uno de sus libros más importantes, El Interior) ‘esa dilatada niebla’, y al tiempo que lo que sus habitantes escriben es reducido a categorías como ‘literatura local’, ‘regionalista’ o ‘del Interior’, y desplazado al margen, el campo sigue siendo el equivalente nacional del castillo en la novela gótica, algo de lo que sólo caben esperar atavismos y enfermedades mentales, incestos y violencias, el odio sin límites entre familias y los fenómenos sobrenaturales: el mal con mayúsculas.” [Sigue leyendo]

Babelia, El País, mayo de 2022.