“Tengo la impresión de que escribir un diario es como recorrer una ciudad en coche; el desplazamiento se interrumpe a intervalos regulares, y esa interrupción —tan odiada por quienes conducen— es en realidad la que hace posible anotar los detalles, observar alrededor, terminar de entender lo que uno sólo ha comprendido a medias, otorgar a los fragmentos de edificios y locales y rostros que han pasado por delante de nuestros ojos algo parecido a una sintaxis. Uno ha observado un puñado de cosas y esas cosas ya pertenecen al pasado, pero la interrupción devuelve todo ello al presente, en el que uno lo anota, aunque sea sólo para sí mismo. De algún modo, los diarios no se escriben en presente ni en pasado, excepto superficialmente, al escoger una conjugación verbal; el diario es interrupción y la interrupción niega o cancela el tiempo: como en los gigantescos atascos o embotellamientos de tráfico de algunos países —cuya reiteración acabará desdibujándolos en la memoria, convirtiéndolos en un único y enorme atasco interminable y violento que terminaremos confundiendo con la totalidad de la experiencia diaria— el presente continuo de la escritura del diario nos enfrenta a la posibilidad de un tiempo sin tiempo.” [Sigue leyendo]

La Agenda de Buenos Aires, abril de 2022.