“Aunque existe una pequeña tradición literaria cuyo tema central es el denuesto de los traductores y cuyo lema habitual es la frase italiana ‘traduttore, traditore’ [traductor, traidor], lo cierto es que algunos lectores se lo debemos todo. Yo fui uno de ellos y conocí a muchos así: éramos pobres como ratas pero amábamos unos libros que no podíamos leer en el original porque no teníamos dinero para aprender ningún idioma extranjero. Yo creía con devoción en Francisco Porrúa, Enrique Pezzoni, Juan José del Solar, Miguel Sáenz, Elvio E. Gandolfo, Marcelo Covián, Gabriel Ferrater, Francisco Abelenda, Jorge Berlanga y Marcial Souto; estaba convencido de que estos traductores sólo traducían a escritores que valieran la pena, y a menudo su nombre en las primeras páginas interiores de un libro (injustamente, nunca en su portada) era razón suficiente para pedir prestado el libro en alguna biblioteca pública o robarlo en alguna librería, incluso aunque no supiera nada de su autor.” [Sigue leyendo]

La Tempestad. Ciudad de México, abril de 2020.