“Pese a su aspecto, ninguno de los quesos en exhibición en la Science Gallery de Dublín ese día eran normales: habían sido creados utilizando bacterias provenientes del ombligo, las axilas, los dedos de los pies y la nariz de distintas personas para visibilizar nuestro vínculo con los microorganismos que nos habitan y hacen posible buena parte de nuestros alimentos. Como otros proyectos similares —helados confeccionados con leche materna, yogures y cervezas fermentados con fluidos vaginales, un whisky en cuya producción se emplea orina de diabéticos y las recetas con semen del libro Natural Harvest—, el de la bióloga estadounidense Christina Agapakis y la artista noruega Sissel Tolaas, exhibido en Dublín en 2013 y titulado Selfmade (Elaboración propia), apuntaba a la posibilidad de que la autofagia nos libre algún día de la responsabilidad que supone alimentarnos de otros seres vivientes. Y ni siquiera es el más radical de los intentos: en 2006, el artista italiano Marco Evaristti preparó unos polpette al grasso di Marco con la grasa que le había sido extraída durante una liposucción; en 2009, en una performance titulada Selfeater/Hunger (Autófago/Hambre), el serbio Marko Marković se hizo extraer quirúrgicamente un trozo de tejido de su brazo izquierdo, que se comió; y entre 1997 y 2010, el artista croata Zoran Todorović servía en sus intervenciones platos confeccionados con tejidos y grasa obtenidos en clínicas de cirugía plástica.” [Sigue leyendo]

El País, febrero de 2023.