“De todas las alarmantes predicciones que compartieron

conmigo mis colegas al comienzo de mi estancia, sólo

una no se cumplió, la de que mi principal decepción

provendría de mis alumnos: atemorizados, curiosos,

interesados, con enormes lagunas, incapaces de

diferenciar una cita de un plagio, entretenidos hasta el

aburrimiento, imposibilitados de distinguir entre un autor y

un narrador, dotados de una atención reducida y dispersa, impedidos, naturalmente, de saber qué no saben,

apasionados cuando se les daba una razón para ello,

esos alumnos estaban vivos, sin embargo. Mucho más

que sus profesores. Sus lagunas se hacían visibles a

cada momento, pero también su entusiasmo y su

convicción —confusamente formulada, pero clara— de

que la literatura puede decirles algo acerca de quiénes

son y de cómo es el mundo al que deben enfrentarse.

Nunca hubo una mala clase, o ésta corrió a mi cargo.

Explorar con ellos ciertos textos —incluso los de «grandes

hombres blancos» como Jorge Luis Borges, que, de

acuerdo con las advertencias de mis colegas iban a

generar en mis alumnos un rechazo inmediato— supuso,

para mí, descubrir aspectos de éstos que había pasado

por alto en mis lecturas anteriores; supuso, también, ver

cómo algunos textos continúan resonando profundamente

y de qué manera es posible extraer de ellos, con una

mirada nueva, un significado nuevo. Nuestro trabajo

durante algunos meses consistió en volver sobre el viejo

vínculo entre las palabras y las cosas; la experiencia fue

tan enriquecedora para mí que sólo espero que también

lo haya sido para ellos.” [Sigue leyendo]

 

ElDiario.es, octubre de 2023.