“Buena parte de los autores que le interesaban —sin embargo, tan solo la punta del iceberg— estaban ya en Siluetas, su primer libro: Benjamin Constant, Georg Büchner, Sousándrade, Gerard Manley Hopkins, Italo Svevo, Charlotte Mew, Andrei Bieli, Max Beerbohm, Ford Madox Ford, Catalina de Erauso, Oliver St. John Gogarty… Chitarroni había trazado sus perfiles para la revista argentina Babel y se propuso reunirlos en un libro ‘como una especie de Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, una reunión en la que los invitados hacen rostro y a la que sí asisto’; seguramente muchas de estas referencias son ignoradas por quien lee esto, así como, quizás, tampoco le digan nada ya los nombres de Francisco Porrúa y Enrique Pezzoni, los dos extraordinarios editores junto a los que Chitarroni se formó. Antes de que alguien formule la habitual acusación de pedantería, hay que decir que en sus libros —y muy especialmente en la conversación con él— estos nombres no aparecían para reclamar un territorio y un prestigio, sino porque Luis creía acertadamente —como Jorge Luis Borges, como tantos otros— que nuestra cultura, al igual que el lenguaje, es un vasto sistema de citas y sentía placer en citar, que es una forma de compartir. Como escribió Diego Erlan: ‘Tener la oportunidad de hablar con Luis Chitarroni era una experiencia extraordinaria: por la generosidad de escucharte y de tomar lo que uno decía para expandirlo con referencias de las que uno no tenía ni idea’. Yo descubrí gracias a su Siluetas a Djuna Barnes, a William Gerhardie y a Junichirô Tanizaki, por ejemplo: fueron descubrimientos importantes para mí, que alteraron de forma perceptible mi manera de leer, de concebir la literatura y sus potencias, de pensar en los libros que por entonces ya quería escribir.” [Sigue leyendo]

El País (España), mayo de 2023.