“Las personas que impiden que otros usen el sentido común se las llama expertos”, afirmó Hannes Messemer, y es posible que, de haber conocido sus palabras, el centenar de ellos que en 1899 trabajaba en el Nuevo Diccionario Enciclopédico Swansby las hubiese aprobado. Un siglo después, el diccionario sigue incompleto y la empresa solo cuenta con una empleada, una becaria reducida a “precaria” por las dificultades de audición de su abuelo cuya tarea consiste en leer los nueve volúmenes de la primera y única edición del Diccionario bajo la supervisión de David Swansby, que desea actualizar y digitalizar la obra antes de darla por concluida. Para David, el Diccionario es “el equivalente textual de la Sinfonía número 8 de Schubert, de la Adoración de los Reyes Magos de Leonardo da Vinci, de la Sagrada Familia de Gaudí”. Para Mallory, en cambio, es “una broma triste, vacía, amarga”. Tres años después de haber comenzado, el único avance que ha hecho es, en realidad, un retroceso: el descubrimiento de que alguien ha llenado el Diccionario de palabras inventadas y que hay que chequear cada una de ellas para evitar errores. [Sigue leyendo]

Babelia/El País, mayo de 2021.