A medida que me sumergía más y más hondo en las aguas caudalosas de este libro, pensaba: ¿qué hace contemporáneo a un libro? ¿Es el tema, es la forma a través de la cual ese tema se expresa o es, finalmente, por qué no, una sensibilidad, una manera de pensar, un modo preciso de estar en el mundo? Me inclino por esta tercera opción y en ella encuentro la cifra para perderme en la nueva novela de Patricio Pron.

Mañana tendremos otros nombres es un relato de la crisis de los cuarenta, que muchos dicen que no existe pero existe y se manifiesta con una intensidad particular: los cuarenta años son, para decirlo con Dante, la mitad de la vida. Para la generación de Patricio, para mi generación, los cuarenta años se erigieron como un abismo aún mayor, de dimensiones francamente dramáticas: hacia atrás, una primera parte de la vida encapsulada en un pasado analógico, una sensibilidad formada en los consumos culturales y en las estructuras sociales del siglo que pasó. Hacia adelante, lo que ya empezó: el mundo digital, la precarización, la liquidez, un paisaje que se transforma demasiado rápido y contra el que no podemos oponer ninguna resistencia. A veces creo que, así como a los escritores de mediados del siglo XX los agarró la Guerra Mundial y les partió para siempre la experiencia, condenándolos a orbitar de manera obsesiva sobre ese hecho que borró el mundo de su infancia, para los narradores y narradoras de la generación de Pron el imperio de lo digital y todo lo que eso trajo (cambios en el amor, en el trabajo, en las ciudades) será, fatalmente, el tema que los perseguirá, el fantasma que recorrerá sus libros, a veces de modo más elíptico y a veces de manera brutal, como en este caso.

Porque este es un libro brutal, vamos a decirlo. Es un libro algo sórdido, algo oscuro, una pieza de literatura dark que sin embargo deja entrar la luz y nos regala una suerte de final feliz, si algo así fuera posible en la literatura contemporánea. Borges siempre decía que los buenos relatos contienen, en su comienzo, el nudo y el desenlace; todo el texto debería estar como encriptado en ese comienzo. Cito entonces el inicio de esta novela: “Una línea de luz había ido deslizándose por el suelo hasta alcanzar el montón de hojas de papel. Eso significaba que uno de los últimos días de ese verano estaba terminando, o comenzaba”. Un día que termina o un día que comienza: todo el libro se puede leer en esa parábola de luces y sombras, y de hecho a algunos lectores este les parecerá un relato desesperante, que trabaja sobre las relaciones rotas en un mundo también roto, que habla de cómo las ciudades perdieron la identidad y de cómo el capitalismo nos hace hacer cosas que no queremos y otros dirán, en cambio, que esta es una novela sobre la calma que llega después de los duelos y sobre cómo el amor finalmente triunfa, si se me permite soltar una cursilería imperdonable.

Quizás una de las claves de esta novela esté en las profesiones de los dos personajes centrales. Dado que no tienen nombres, como ya nos sugiere el título, y los conocemos apenas como Él y Ella, lo que definirá en cierto modo su singularidad serán lo que hacen; Él escritor, Ella arquitecta. Siempre me pareció que la literatura y la arquitectura comparten una misma paleta de colores, que trabajan más o menos con los mismos supuestos, y esta novela me lo confirma. De hecho, usamos las mismas palabras para definir lo que hace un escritor y lo que hace una arquitecta: ambos construyen cosas que tienen estructura, que tienen estilo. Y sin embargo, ¿qué pasa cuando un escritor y una arquitecta tienen que construir una vida juntos, una convivencia, alguna especie de futuro? Entonces suceden los equívocos, los malentendidos, los pasos en falsos pero también los momentos de comunión y felicidad compartida. En ese sentido, Mañana tendremos otros nombres es también una gran pregunta sobre la relación siempre tensa entre el arte y la vida, sobre cómo encontramos las estructuras para narrar libros y para construir edificios pero también, porque se trata finalmente de lo mismo, sobre cómo hacemos para vivir juntos.

Todo relato que aborde el futuro es, por lo demás, una distopía. No podemos imaginar un futuro mejor: siempre auguramos catástrofes naturales, tiranías horribles, robots que nos reemplazan o epidemias que terminarán con la humanidad. Pero como decimos siempre en Argentina, el futuro llegó hace rato. La novela de Patricio Pron, que lleva un epígrafe de Stoner de John Williams, podría tranquilamente estar rubricada con esa frase breve del Indio Solari, porque en el fondo de eso se trata del libro: de una Madrid del 2019 en la que el futuro llegó hace rato y una pareja que se separa trata de sobrevivir como puede, como mejor les sale, y hay que decir que no lo hacen nada mal.

Buenos Aires, abril de 2019.