“No hay ninguna inocencia en los primeros recuerdos, y el que Stanislaus Joyce tenía de su hermano James –autor de Ulises y Finnegans Wake y miglior fabbro de la literatura moderna– era el de una representación teatral en la que el primero interpretó el papel de Adán, una hermana mayor el de Eva y James el del diablo; solo unos años después, el rechazo de este último a las convenciones sociales, sus borracheras junto a un puñado de amistades en absoluto recomendables, sus ideas estéticas, su anticlericalismo –una protesta instintiva a la educación de los jesuitas y al catolicismo fanático irlandés, al que acabó pareciéndose– y, sobre todo, su extraordinario y precoz talento acabarían dando a todos la impresión de que había algo mefistofélico en él, algo peligroso y raro: a los cuatro años bajaba los peldaños de la escalera gritando ‘¡Aquí estoy! ¡Aquí estoy!’, a los siete escapaba de la casa familiar en triciclo para ir a ver a una niñera, a los nueve o diez exigía que su madre le tomara la lección de latín aun en las salidas familiares, poco antes había empezado a ocultarse en los armarios cuando había tormenta. ‘Es terrible tener un hermano mayor más inteligente’, escribe Stanislaus, pero también recuerda que la familia lo apodaba ‘el risueño Jim’.” [Sigue leyendo]

Letras Libres. Madrid y Ciudad de México, julio de 2022.