David Bowie murió en 1982, en una catástrofe aérea. En 1995 se acabó el petróleo. Medio año más tarde, una enfermedad comenzó a exterminar a la población mundial. En ese momento, Federico Stahl ya había grabado tres discos —‘el Liebesträume de Liszt y una selección de nocturnos de Chopin, las Suites francesas y las primeras cuatro sonatas para piano de Scriabin’— y era lo que suele llamarse una promesa en vías de concreción cuyo siguiente paso debía ser la versión definitiva de las Variaciones Goldberg de Bach. De pronto, sin embargo, ya no había plásticos para imprimir los discos, las fronteras estaban cerradas, los viajes eran imposibles y la maraña, una especie de arborescencia surgida del plástico, o capaz de alimentarse de él, ocupaba buena parte del globo. Y Stahl solo podía dedicarse a lo que lleva haciendo desde entonces: recorrer el Valle, un territorio de contornos imprecisos en el sur del continente americano, tocando en pianos desafinados, en pueblos de mala muerte, arrastrado por un mánager misterioso, ‘haciendo más o menos el dinero justo para seguir pagando hoteles y [el] etanol’ con el que se alimenta a los escasos automóviles que todavía funcionan, preguntándose qué hubiera sido de él si la Gran Pausa Apocalíptica no hubiera cancelado el futuro.” [Sigue leyendo]

Babelia/El País, enero de 2024.