“Francia se hunde ‘como un navío podrido’, ‘el envilecimiento, la estupidez, la chochez’ son universales; el escritor no hace más que ‘pensar en los que están muertos’, sufre con su trabajo, se queja: nadie lo comprende. Quien leyese sólo la correspondencia tardía de Gustave Flaubert podría pensar que su carácter se agrió al final, pero lo cierto es que el autor de Madame Bovary ya daba muestras de temperamento a la (en su caso) poco tierna edad de 12 años (1833), cuando le escribía a un compañero de estudios: ‘Qué estúpidos son los hombres, qué limitado el pueblo’. Y seis años después anunciaba: ‘Apuesto a que nunca haré que me impriman ni me representen. No por temor a un fracaso, sino por las triquiñuelas del librero y del teatro, que me asquearían. No obstante, si alguna vez tomo parte activa en el mundo, será como pensador y como desmoralizador. (…) Lo único que haré será decir la verdad, pero será la horrible, la cruel y desnuda’.” [Sigue leyendo]

Babelia/El País, agosto de 2021.