“Por la mañana visito la cárcel, el llamado penitenciário, la principal curiosidad de São Paulo. Es la organización más prodigiosa que he visto jamás, concebida con mucha humanidad y administrada del mismo modo por el director Mello y su asistente Assaly, aunque —como ellos mismos se preguntan— ¿puede ser humana una prisión? […] Las celdas están limpias y los pasillos ventilados, los reclusos viven mejor allí que en sus casas y, sin embargo, ¡cuánto sufren, especialmente los braceros, la falta de libertad! Tratan de distraerlos asignándoles tareas y, de hecho, se ocupan de todo el centro: lavan, cocinan, producen medicamentos, manejan las máquinas, son carpinteros y sastres, no hay nadie ocioso. Pero, pese a disponer de cine, libros y música, es imposible sustraerse al horror: basta el silbido estridente con que el guarda los llama para que se te hiele la sangre. Una escena grotesca: cuando salgo al patio, los encuentro a todos en formación —negros, mestizos y blancos—, y treinta hombres de los mil quinientos reclusos, la banda de música, entonan en mi honor el himno nacional de Austria, que han aprendido deprisa y corriendo. Cuando les pregunto qué crímenes han cometido descubro que ¡la mayoría son asesinos, el resto, pederastas y ladrones! Luego nos fotografían, y el fotógrafo, de semblante amable, ¡¡¡también es un asesino!!! Todo es inmejorable, concebido con mucha humanidad, los reclusos parecen afables y casi contentos, pero la visita me resulta profundamente sobrecogedora” (31 de agosto de 1936). [Sigo leyendo]

La Agenda de Buenos Aires, septiembre de 2021.