««Las primeras reivindicaciones sobre la permanencia e inevitabilidad de internet coincidieron con varias celebraciones del ‘fin de la historia’, en las que el capitalismo global del mercado libre fue declarado triunfador, sin rival alguno, dominante a perpetuidad. Pese a que, en términos geopolíticos, esta ficción no tardó en saltar por los aires a principios de la década de los 2000, internet parecía estar dando validez al espejismo de la poshistoria. Daba la impresión de introducir una realidad por defecto, uniforme, que se definía por el consumo, desarticulada de un mundo físico y de sus crecientes conflictos sociales y desastres medioambientales. El surgimiento de redes sociales, con todas sus aparentes oportunidades para la expresión personal, sugirió fugazmente una consecución devaluada del horizonte de autonomía y reconocimiento para todo el mundo que propuso Hegel. Pero hoy en día las funciones esenciales de internet, siendo como son componentes constitutivos del capitalismo del siglo XXI, incluyen la inhabilitación de la memoria y la incorporación de las temporalidades vividas, sin acabar con la historia pero sí considerándola algo irreal e ininteligible. La parálisis del recuerdo se produce tanto en el plano individual como en el colectivo; esto lo observamos en la transitoriedad de cualquier artefacto “analógico” que pasa a digitalizarse: más que la preservación, su destino es el olvido y la pérdida, que nadie repare en ello. Del mismo modo, nuestra propia desechabilidad queda reflejada en los dispositivos que nos definen y que se transforman, a gran velocidad, en basura digital inservible», observa Jonathan Crary, acertadamente. «Las propias condiciones que supuestamente han ‘venido para quedarse’ dependen de la naturaleza fugaz, la condena a la desaparición y al olvido, de cualquier cosa duradera o perdurable con la que pudiera haber un compromiso compartido. A finales de la década de los ochenta, Guy Debord reparó en la omnipresencia de estas temporalidades: ‘Cuando la significación social se atribuye tan sólo a lo que es inmediato y a lo que será inmediato inmediatamente después, siempre reemplazando a otra inmediatez idéntica, se puede observar que las prácticas de los medios garantizan una eternidad de estrepitosa insignificancia’».» [Sigue leyendo]

La Agenda de Buenos Aires (Argentina), noviembre de 2022.