Hablemos del nombrar-nombrarse, un proceso básico del establecimiento de las culturas. Lo primero que vemos en tu novela, y lo último que leemos también, es “Mañana tendremos otros nombres”.  Sin embargo, a lo largo del libro vemos que justamente nombres no hay, porque los protagonistas están escondidos bajo un Él y Ella, con letras mayúsculas, y los amigos de los protagonistas están escondidos detrás de solamente una letra. Como filólogo, ¿qué nos cuentas de este nombrar-nombrarse y cómo lo ves en el establecimiento de la cultura de hoy en día?

Qué hay en los nombres es una pregunta que siempre ha hecho la literatura, qué dicen los nombres acerca de nosotros y de qué rara forma los internalizamos. Nuestro nombre nos parece algo absolutamente irreductible, nos parece que es natural que nos llamemos así. La mayor parte de nosotros jamás podemos siquiera imaginar llamarnos de otra manera distinta a como nos llamamos. Hay una muy estrecha vinculación entre lo que el nombre designa y lo que uno cree que es. Y, sin embargo, si lo piensas bien, vivimos en ciudades que tienden al anonimato, que tienden a anonimizarnos, en comunidades urbanas en las cuales la mayor parte de las veces no sabemos los nombres de las personas que viven en el mismo edificio que nosotros, o con las que interactuamos diariamente en una tienda o en lo que sea. Esa experiencia de anonimización, digámoslo así, es en algunos aspectos placentera, en particular si uno vive en una pequeña comunidad en la cual todo el mundo sabe todo de todos. Pero supuestamente tiene una contra cara bastante negativa y que se expresa en la profunda soledad que muchas personas sienten en las grandes ciudades. Al mismo tiempo, hay mucho más en un nombre de lo que uno cree que hay o habría; con eso me refiero al hecho de que nuestro nombre no solamente nos designa a nosotros, sino también a un montón de cosas que también somos: los vínculos que tenemos con los demás, nuestras preferencias, nuestras apetencias, nuestros intereses, una cierta forma que tenemos de organizar los hechos del pasado y también de imaginar un cierto futuro. De modo que en los nombres hay mucho más que una mera designación de la persona a quien ese nombre se le otorga. Lo que somos se construye diariamente también en la interacción con los demás, en las relaciones con los otros, al punto de que unas relaciones tan especiales y tan importantes para nosotros como son las relaciones amorosas que sostenemos con otras personas nos llevan a que eventualmente nuestra identidad encarnada en ese nombre se vea modificada por lo que somos para el otro, lo que creemos que somos para el otro, lo que el otro es para nosotros, lo que el otro nos dice acerca de quienes nosotros somos. [Sigue leyendo]

 

Letra Urbana. Miami, mayo de 2020.