«Lo más normal era quedar empantanado, atrapado entre las trincheras de un tema que, de complejo, podía ser incluso descalabro. Y el peligro no era solamente la guerra, ese tema que, en ficción, es tan espinoso como el sexo y que en la vida real es aún más espinoso que el sexo de los gatos: era también el nombre de la guerra y los ríos de libros escritos sobre ella.

«Ríos entre los que, evidentemente, destaca esa corriente poderosa e ingobernable que es Los pichiciegos, el mejor libro de un autor extraordinario como Fogwill y quizá unos de los libros más importantes de la literatura argentina reciente. Un libro que, más allá de sus aciertos en el tratamiento, reinventa la forma a tal grado que las bombas, además de estallar en los sucesos y en el terreno, estallan en el lenguaje mismo. Y es que, para contar una guerra, sobre todo después de La Iliada o de Tolstoi, sobre todo a finales del siglo XX o comienzos del siglo XXI, uno tiene que reinventar la forma. Porque el fondo, como acertadamente concluye o parece concluir Nosotros caminamos en sueños, es siempre el mismo: absurdo, doloroso y terrible.

«Éste es el mayor acierto del libro de Patricio Pron: que reinventa la forma de contarnos la guerra. Y que, al hacerlo, al atreverse a decir: así es como esto también puede contarse, convierte a la guerra de las Malvinas en su propia guerra. Una guerra que sólo acontece entre los muros del libro, en la trinchera del papel. Una guerra que por eso logra convertirse en todas las guerras. Una guerra donde una bomba son todas las bombas, un pie congelado son todos los pies congelados y una locura son todas las locuras.

«En congruencia lógica con su perfil, su estilo, sus posibilidades y sus extremos, que ha dado lugar a novelas tan singulares, inteligentes, amenas y logradas como El comienzo de la primavera o El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia y a volúmenes de relato como La vida interior de las plantas de interior o El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan, la forma que Pron elige para contarnos Nosotros caminamos en sueños (cuyo título original fue Una puta mierda) es la farsa, aunque, me parece, bastante imbuida de comedia clásica: ¿qué mejor forma de imaginarse sus escenas y situaciones que el escenario de un teatro?

«La cosa, más o menos, sería así: sesenta ciudadanos, sentados en sus butacas de piedra, observan, entre carcajadas estentóreas: una bomba suspendida en el cielo, un soldado contándole sus secretos a un lobo marino, un enemigo invisible, una turista japonesa que fotografía a un soldado moribundo, dos heridos discutiendo si lo que uno de ellos ha dicho fue: “a pesar de todo” o “a besar de toro”, un coronel gritándole a nadie, el dibujo de un barco a lo lejos, un periodista fumando, dos prostitutas bailando y un ser confundido que grita, por aquí y por allá: ¡deja de robar!

«Por supuesto, Nosotros caminamos en sueños no es una farsa cualquiera ni es una comedia de situación solamente. Como en el resto de la obra de Pron, aquí los géneros se trascienden y se entremezclan: en el bufón asoma el asesino, en la alegría se advierte la angustia, en la evasión pesa, de pronto y como una bofetada, la realidad descarnada, en el absurdo centellea, con todos sus focos de neón y colores, la sensatez del miedo y en la vigilia, disparatada e incoherente, levanta la mano un sueño imposible: el de la lógica y la racionalidad de los hombres.

«Pron ha inventado un género para dar forma a su excelente Nosotros caminamos en sueños: la farsa negra. Y además nos lo ha legado. Lástima que no podamos usar este legado: como ya dije, toda guerra escrita debe ser sólo esa guerra. Y Pron se acabó en ésta su farsa, la farsa negra. Por suerte nos queda este otro legado: el de haber aprendido que la violencia, el dolor y el sinsentido del mundo pueden ser también retratados por la descaro, la desacralización y el humor. Que, desmoralizada, la moral, más que débil, cansada o harta yace bruñida con pátinas de oro. Que, para quitarle a algo o a alguien su más bello disfraz, hay que estar disfrazados.

«Y nos quedan además, como quedara en la memoria de los sesenta griegos de los hablé hace un instante esa escena de la que también hablé hace un instante, estas otras escenas en la memoria: la del hundimiento del patriotismo, la de la impertinencia de pretender pertenencias de tierras, la del desfile del hambre, la del patriotismo como procesión del desorden, la de la voluntad de poder ovillada en cuclillas y la del antibelicismo corriente exhausto y vencido.»

Guadalajara. México, 4 de diciembre de 2014.