“No especialmente nuevas ya, las nuevas tecnologías aumentan en tan gran medida el número de textos y la cantidad de información de los que disponemos que nuestra capacidad de formarnos una opinión crítica acerca de ellos disminuye a mínimos; esto se debe, por una parte, al hecho de que la fragmentación de los contenidos en pequeñas unidades -un par de versos, un fragmento de imagen, una frase subrayada en un libro, un video de escasos segundos- nos impide establecer un criterio de valoración, algo que por lo general depende de un contexto del que carecemos en nuestro uso de las nuevas tecnologías; por otra parte, porque la urgencia por acceder a nuevas informaciones y a más textos -que se impone bajo la forma del scroll en redes sociales, la lógica asociativa del algoritmo y el enlazamiento potencialmente infinito de las páginas web- nos resta el tiempo necesario para la reflexión, que además se ve aun más reducido por el carácter simultáneo del tipo de lectura y de escritura que se pone de manifiesto allí donde el lector solo lee lo que le resulta de interés para producir su comentario; y, por último, porque el contenido únicamente despliega su potencial en el momento en que lo compartimos, adhiriendo al hacerlo a una lógica de acuerdo con la cual el modo en que este da cuenta de sus condiciones sociales de producción, manifiesta cierta maestría, produce sentido, produce sentido, se articula de algún modo con la tradición o se constituye en experiencia carecen de importancia en relación con la forma en que conectamos con él, es decir, con la respuesta emocional que este nos produce, que es todo su contenido.” [Sigue leyendo]

Página 12 (Buenos Aires), junio de 2024.