La ordinariez / Marcelo Mellado

Prólogo / artículos, crónicas y ensayo

Marcelo Mellado | La ordinariez Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2013 | Pp. 11-15

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«Antes de continuar debo aclarar que lo más democrático que tenemos los chilenos es la práctica del desprecio» afirma Marcelo Mellado en uno de los textos de este libro, y agrega: «Por eso aquí –en el ejercicio textual– no hay ni víctimas ni victimarios, solo operadores del odio y del resentimiento escritural». Al igual que en su novela La hediondez (2011), cuyo tema es la rehabilitación de una biblioteca municipal en una ciudad innominada de provincias del litoral chileno que divide a la reducida escena literaria local en dos bandos enfrentados de forma violenta y ridícula, en la frase precedente el escritor chileno concibe la literatura como la zona de conflicto que efectivamente es, y participa de ella mediante una doble estrategia: por una parte, a través del desmantelamiento de esa escena, que Mellado también imagina como el escenario de un crimen; por la otra, mediante la adopción del «discurso quejumbroso, descalificador, discriminador y culposo que caracteriza los tonos peyorativos del habla nacional» y que convierte al autor de Informe Tapia (2004) en un discípulo de ese artista del insulto y del desprecio a los connacionales que fue Thomas Bernhard.

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Al igual que el austríaco Bernhard, Mellado se beneficia del hecho de vivir en la periferia literaria de su lengua para construir una poética y una estrategia textual que define como «una modernidad que parta y se fundamente en los espacios abandonados, la insularidad». Allí donde Mellado esté –es decir, principalmente en la Quinta Región chilena, en sitios como San Antonio, Llolleo y Valparaíso– está la periferia, aunque una periferia hiperbólica, desmesurada, que sitúa a su autor al margen de una escena marginal como la literaria en un país que es geográfica y culturalmente marginal en relación a una modernidad hipotética que es proyecto político y expresión de deseos. El resultado de la imposibilidad chilena de acceder a esa modernidad –es decir, de acceder a ella en algo más que en cuatro o cinco barrios capitalinos– es lo que Mellado denomina «un país despreciado y despreciable» y también un «país culiao», que el autor define como una «instancia institucional que posibilita y legitima el abuso de poder y lo consagra con el desprecio y la burla». Ante ello, el paroxismo en su obra de lo que Mellado llama, atribuyéndosela a los desposeídos, «la estrategia del resentimiento» revela ser no tanto un ejercicio telúrico de desprecio o el resultado de una cierta insatisfacción personal por el sitio que el autor ocuparía en su país y (o) en su escena literaria, sino una propuesta consistente en «generar actos narrativos en donde los códigos de la representación ciudadana y/o cívica se descomponen en simulacros e imposturas retoricas». Uno de los temas principales en su obra –de algún modo, su único tema, que es el único tema de los escritores realmente importantes– es el modo en que poder y representación se imbrican hasta volverse mutuamente dependientes, y de eso, del simulacro y de la impostura, habla Mellado una y otra vez en este libro.

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«¿Qué tipo de declaraciones me gustaría promover sin necesidad de perseguir a los no firmantes?» pregunta, y se responde: «Me gustaría inventar una declaración en contra de Chile, en contra de su gente, una declaración que diga que a los abajo firmantes no les gusta el país en que viven por una serie de razones que habría que entrar a enumerar y que dicen relación con un chovinismo para nada encubierto y una soberbia criminal, todo sumado a una voluntad de abuso sicótica o endémica» concluye el autor.

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Lo chileno, para Mellado, es lo que huele a sucio, lo que huele a sucio como sólo huele a sucio Chile; el suyo no es un diagnóstico inusual, pero sí lo es el ejercicio que posibilita: una práctica que trasciende «la obsesión ético-política de los escritores canónicos, adscribiendo a lo política y culturalmente correcto» para conformar un programa revolucionario de «agudización de las contradicciones» consistente en la realización de «políticas de desarrollo territorial desde la cultura» como el Taller de Buceo Táctico de San Antonio pero conformado también por la denuncia y el ridículo de la escena literaria –que el autor concibe acertadamente como una miniatura de la sociedad en su conjunto– y por la creación de una lengua liberada, como un territorio liberado en un país ocupado por un enemigo que, a falta de un nombre mejor, podemos llamar la siutiquería y el envaramiento intelectual  y al que Mellado sabe darle mejores nombres, nombres que, como los de los entomólogos, detienen al fenómeno en su vuelo y lo clavan en un cartón cubierto de felpa negra para consternación de los protectores de la fauna y aburrimiento de los niños en los museos.

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Acerca de la escena literaria, que describe como «un terreno sobredimensionado y lleno de imposturas, y repleto de vacío», el autor parece estar convencido de que sólo causa «malos ratos a los usuarios de la vía pública y atenta permanentemente contra la convivencia nacional»: se trata de una «ordinariez» que, en tanto «paisaje impotente, marcado por la flaccidez peniana», es habitado por «acabronados y lamedores de trasero que no te dejan trabajar» y representan lo que una y otra vez el autor denomina «los poderes fácticos», sin que quede claro qué poderes son esos, excepto los de la estupidez y el inmovilismo. Ninguna de las instituciones más consuetudinarias de la sociabilidad de los escritores queda a salvo del escrutinio de Mellado: ni los recitales poéticos –que considera «una estrategia para el robo y para la comisión de delitos análogos», lo que no parece ser en absoluto una metáfora, ya que, según afirma, el escritor realmente fue robado en un recital de poesía–, ni los premios nacionales ni los talleres literarios –«no cualquiera da o dicta un taller, porque ser escritor en el Chile de hoy es, por sobre todo, un acto de clase o al menos de autoafirmación de pertenencia a un grupo que vive del Parque Forestal hacia el oriente» escribe–, y ni siquiera Pablo Neruda, al que llama «el frescolín Neruda» y considera loable «porque es el típico trepador y ventajista que nos dio a todos los patipelados una lección de sobrevivencia; en una combinación entre faldas, sibaritismo y mitos políticos, nos dio una pauta a los provincianos picantes». Mellado toma la que considera una práctica muy chilena –el desprecio, el odio, el resentimiento, la maledicencia, la práctica del rumor– y la vuelve contra sus cultores, en un ejercicio de desmantelamiento de las imposturas, «las perversiones, las solemnidades y acartonamientos de la patética voluntad institucionalizante que practican los grupos de interés»; en una especie de ejercicio de desmontaje de esas prácticas, que, para el autor, son «un caldo de cultivo del fascismo».

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«El chileno es hablado por un habla que lo posee demoníacamente» escribe. No hay ninguna voluntad de cuestionamiento en esa afirmación, ya que a Mellado parece complacerle esa posesión, que afecta y da forma a su propia y desconcertante lengua literaria, que se caracteriza por la alternancia de un estilo elevado con lo que los chilenos llaman «chuchada», que podría traducirse como el hablar utilizando expresiones informales y obscenidades; esa alternancia entre un registro alto y uno bajo de lengua parece venir a dar cuenta del que es uno de los temas centrales de buena parte de su obra: la imposibilidad de tener una «vocación vital» en un país como Chile caracterizado por los contrastes socioeconómicos y la falta de oportunidades y en el que sólo las catástrofes «producen una ficción de igualamiento». Al igual que los recolectores de la desembocadura del río Mapocho, que viven de «desechos que bota la modernidad de la región metropolitana» cuyo valor «depende de su propia subjetividad o de las fluctuaciones inesperadas del mercado de los desechos», Mellado se apropia de elementos de una gran cantidad de saberes vinculados con lo que podríamos llamar una lengua alta –y que provienen de la teoría literaria posestructuralista, la retórica burocrática, el análisis marxista, la lingüística, la sociología de la comunicación, la semiótica, el psicoanálisis– y los subvierte mediante un uso desplazado y a menudo fingidamente erróneo de esos elementos y su contraposición con las expresiones más recurrentes de la lengua baja chilena. Al hacerlo, muestra que la distancia entre la experiencia real de vivir en Chile y la narración de esa experiencia por parte de lo que llama «el habla institucional» es enorme; es decir, que la burocracia –también la literaria– y los «poderes fácticos» a los que da voz no gobiernan la realidad y ni siquiera pueden nombrarla, y que es necesario devolver esa lengua a sus usuarios.

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No importa si preguntándose acerca de la influencia del consumo de cocaína en la recuperación de la democracia en Chile, si diseccionando los hábitos higiénicos de los habitantes de Valparaíso, proponiendo el «mapeo de las consignas y frases utilizadas en las marchas estudiantiles» o refiriéndose a la muy singular tríada de cantantes y compositores conformada por Víctor Jara, Sandro y Chinoy: Mellado siempre está trabajando en su proyecto de liberación política del lector no solamente chileno mediante la parodia de la lengua hablada por las instituciones, ya que su propuesta es la de poner en duda «las legitimidades de los discursos por su pretensión de constituirse en instituciones promotoras de alguna verdad». Tan alejado de la razón editorial como del poder académico y político, con una conmovedora voluntad de conquistar el poder desde el interior de La Provincia y un sentido del humor vitriólico y deslumbrante, Mellado pone en cuestión la economía lingüística de ese poder no sólo en Chile, y es una experiencia excepcional el asistir a ello. La suya es una de las obras más sólidas y consecuentes consigo misma que pueden encontrarse en América Latina en este momento, una obra concebida para un «territorio mortalmente amenazado por la erosión, el viento y la lluvia que lo disuelven» que apuntala ese territorio como si éste estuviese conformado por una roca incorruptible, y ésa es una de las mejores noticias de su literatura.

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