Cosmogonía invernal aún en tránsito y otros cuentos / Varios Autores

Prólogo / Relatos

AA.VV. | Cosmogonía invernal aún en tránsito y otros cuentosSantiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2014 | Pp. 9-11

«Jamás en la vida encontraréis ternura mejor y más desinteresada que la de vuestra madre», escribió Honoré de Balzac, pero su afirmación es desmentida por la progenitora de «Cosmogonía invernal aun en tránsito», el cuento con el que Mónica Droully obtuvo el primer premio en esta nueva convocatoria del concurso de la Revista Paula: la madre del cuento de Droully ha vendido el coche familiar y se ha marchado a Moscú; cuando regresa confiesa que no extrañó a sus hijas y el abismo entre estas y su madre se abre con la violencia de un terremoto y el silencio algo perplejo con el que se producen estas cosas en Chile. A partir de ese momento, y con el desplazamiento de la familia a una casa menos suntuosa, en un barrio más modesto, tienen lugar las estrategias de las hijas para sobrevivir al margen e incluso a pesar de la madre, la más explícita de las cuales, que la narradora menciona con detalle, es la importación de cómics, filmes y mercancía de superhéroes (y ya se sabe que los superhéroes, en general, sólo adquieren sus poderes cuando sus padres mueren y/o los abandonan).

Es difícil no pensar en el cuento de Mónica Droully como un relato acerca principalmente de la difícil relación que se establece con una familia y con un país: de hecho, y en clave alegórica, es bastante evidente que en este cuento (que no es en absoluto trágico, que es un cuento humorístico de una levedad fingida pero penetrante) el reclamo por el abandono no se realiza sólo a una madre que se ha marchado sino también a un país que ha olvidado que (y esto lo dijo Nancy Witcher Langhorne, vizcondesa Astor) «las buenas acciones son predicadas principalmente por hombres y llevadas a cabo únicamente por mujeres».

«Cosmogonía invernal aun en tránsito» parece, pues, un cuento acerca de ser mujer en Chile en las últimas décadas, aunque esta impresión mía podría ser sencillamente errónea: de hecho (afirmó Paul Valéry) «toda forma de ver las cosas que no produce confusión es falsa» y esta también podría serlo; como sea, lo cierto es que el de Droully es un muy buen cuento y que es publicado aquí con una decena de otros muy buenos cuentos cuyos méritos en muchos casos no son inferiores a los del relato de la autora. De todos ellos se puede decir, citando a T. S. Eliot (y desoyendo deliberadamente la advertencia del escritor español Félix de Azúa, quien afirmó que quienes citan «son generales de intendencia que cubren su pecho con las medallas robadas a los soldados muertos en el combate»: una advertencia que ya llega tarde a este texto), que han sido escritos por ese tipo de persona (de ella dice Eliot que es «bendita») que, «no teniendo nada que decir, se abstiene de demostrárnoslo con sus palabras».

La mayor parte de los cuentos que han participado este año del Concurso Paula (los seleccionados aquí y los que debieron quedar fuera de esta selección por una razón o por otra) tenía mucho que decir; hablaba de un país de poetas que también puede presumir de magníficos narradores, daba cuenta de una literatura pujante que transcurre incluso bajo el radar de la crítica y de las editoriales pero que quiere y merece ser escuchada. La selección de los cuentos aquí publicados (que fue enormemente placentera y muy enriquecedora, por lo que me permito agradecer aquí explícitamente a mis compañeros en el jurado del concurso, Carola Solari Reyes y Diego Zúñiga, así como al resto de los integrantes de la Revista Paula) tendrá el efecto que, según el filósofo alemán Georg Christoph Lichtenberg «tienen por lo general los buenos libros: hacer más tontos a los tontos, más listos a los listos y que los miles restantes queden ilesos».

No es poco para un libro que aspira a encontrar nuevos y viejos lectores para voces nuevas, principalmente nuevas. Quien lea este libro (en lo posible haciendo caso omiso a este prólogo, que por fortuna para el lector ya acaba) posiblemente otorgue la razón a aquel refrán judío que afirma que «cuanto más vive un ciego, más ve». Es magnífico que haya tanto para ver en la narrativa chilena contemporánea y que puedan ser testigos de ello no sólo los ciegos sino todos aquellos que tengan los ojos abiertos.

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