Una noche con Claire / Gaito Gazdánov

Prólogo / novela

Gaito Gazdánov | Una noche con Claire |  Trad. María García Barris | Madrid: Nevsky Prospects, 2011 | Pp. 9-21

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Karl Marx y Friedrich Engels afirmaron en su Manifiesto del Partido Comunista de 1848 que la burguesía había hecho «de la dignidad personal un simple valor de cambio» y «sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio». Años después, y glosando este pasaje, el ensayista estadounidense Marshall Berman escribió que una de las características salientes de la existencia en la modernidad es el hecho de que las personas

[…] miran la lista de precios en busca de respuestas a preguntas que no son meramente económicas, sino metafísicas: preguntas acerca de qué merece la pena, qué es honorable, incluso qué es real. Cuando Marx dice que los otros valores son convertidos en valores de cambio, lo que quiere decir es que la sociedad burguesa no borra las antiguas estructuras del valor, sino que las incorpora. […] Así, cualquier forma imaginable de conducta humana se hace moralmente permisible en el momento en que se hace económicamente posible y adquiere «valor»; todo vale si es rentable. En esto consiste el nihilismo moderno.

A la confrontación individual de ese desplazamiento de los valores determinado por la emergencia de la sociedad burguesa está dedicada una buena parte de la literatura de la modernidad, cuyos personajes deambulan a la búsqueda de un sentido a una existencia que ya no puede ser comprendida con «las antiguas estructuras del valor»; sus personajes se ven obligados a conducirse con los antiguos ante la falta de valores nuevos que oponerles y comprueban que la consecuencia de sus actos no se corresponde con sus motivaciones y que el abismo entre la realidad y los valores con los que la juzgan se ensancha y conduce a la frustración. A los personajes que famosamente encarnan esta disyuntiva en la literatura de la modernidad puede agregarse ahora a Sosédov, el protagonista y narrador de esta historia del injustamente minoritario escritor ruso Gaito Gazdánov

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Una velada con Claire narra de forma evidente la historia de amor entre Sosédov y Claire, una joven francesa de la que se enamora en su juventud —significativamente, ese encuentro, «aquello a lo que mi vida gradual y lentamente me había conducido», sucede en junio de 1917, apenas unos meses después de la Revolución— pero con la que no puede unirse sino hasta diez años después de conocerla; de manera menos visible, la historia de la novela es la de la imposibilidad de alcanzar la felicidad aquí y ahora con unos valores pertenecientes a un período histórico anterior y la de la desaparición de las normas y los valores que hicieron imposible ese amor de juventud. Un día Claire cae enferma y, al cuidar de ella, Sosédov accede a una intimidad a la que se resistió largo tiempo por temor a las convenciones sociales; para que esto suceda ha sido necesario que el protagonista de la historia confrontase la validez de esas convenciones y de los valores de los que emergían mediante una experiencia frustrante como estudiante y la participación en la Guerra Civil rusa en el bando derrotado, experiencias que lo conducen a la constatación personal de lo que Marshall Berman denomina «la terrible realidad desnuda del “hombre desguarnecido”» tras la pérdida de los valores que le permitían saber «qué merece la pena, qué es honorable, incluso qué es real». A esa pérdida, Sosédov la experimenta sin embargo desde la infancia con su imposibilidad de establecer un vínculo efectivo con el mundo que le rodea, que reemplaza por «una realidad pasada, reconstituida» por la imaginación que es la del sistema zarista y sus valores: «[…] al igual que en mi infancia imaginaba mis aventuras en un barco pirata, del que me había hablado mi padre, del mismo modo luego creé reyes, conquistadores y bellas mujeres, olvidando que las bellezas a veces eran cocottes, los conquistadores, asesinos, y los reyes, unos bobos» afirma, y agrega: «Dentro de mí quedaba un único sentimiento, que había madurado finalmente y que ya no me abandonaría, un sentimiento de tristeza lejana y transparente, limpia y completamente pura».

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«Ingresé en el ejército blanco porque me encontraba en su territorio, porque era lo correcto; y si en esa época Kislovodsk hubiera estado ocupado por el ejército rojo, sin duda hubiera ingresado en el ejército rojo» afirma Sosédov en un pasaje del libro. No hay ningún cinismo en la afirmación: su participación en la guerra como soldado de artillería en un tren blindado no responde a ninguna motivación ideológica y a ningún convencimiento específico sino sólo a la certidumbre de que lo que hace es lo que debe hacer, una decisión tomada con la misma distancia afectiva resultante de la disociación entre los hechos y su interpretación con la que Sosédov observa el mundo que le rodea e incluso su «vida interior» y que no aprovecha nada de lo que aconseja al narrador el realista y cínico tío Vitali, uno de los personajes más extraordinarios de la obra:

Escúchame —dijo mientras tanto Vitali—, en el futuro próximo te tocará ver muchas indignidades. Verás como matan a gente, como los cuelgan, como los fusilan. Nada nuevo, nada importante, ni demasiado interesante. Pero mira lo que te aconsejo: no te conviertas en un hombre de convicciones, no saques conclusiones, no juzgues y procura ser lo más discreto posible. Y recuerda que la mayor felicidad en la tierra es pensar que has comprendido algo, aunque sea poco, de la vida que te rodea. No comprenderás nada, sólo te parecerá que lo comprendes; y cuando lo recuerdes, pasado el tiempo, comprenderás que lo habías entendido incorrectamente. […] Y sin embargo, es lo más importante y lo más interesante de esta vida.

A pesar de su título, quizás incluso a pesar de la voluntad manifiesta de su autor, los pasajes más extraordinarios del libro coinciden con la guerra, que Gazdánov, que participó en ella en el mismo bando que su protagonista, narra con un lirismo inusual gracias al cual, por ejemplo, las piernas torcidas de los ahorcados metidas en calzones blancos parecen «las velas de unas barcas atrapadas en la tormenta». El relato que Sosédov realiza de la guerra, y que no está exento de cierto humor sombrío, ratifica una de las características de la modernidad según Berman, para quien «cualquier forma imaginable de conducta humana se hace moralmente permisible en el momento en que se hace económicamente posible». Una velada con Claire comparte con otros grandes textos sobre la guerra como Viaje al fondo de la noche (Voyage au bout de la nuit, 1932) de Louis-Ferdinand Céline, Sin novedad en el frente (Im Westen nichts neues, 1929) de Erich Maria Remarque, Tempestades de acero (In Stahlgewittern, 1920) de Ernst Jünger y El miedo (La peur, 1930) de Gabriel Chevallier una visión del conflicto bélico como situación absurda y carente de todo sentido pero también como resultado de la aplicación de los principios de la viabilidad económica a la matanza, que no puede ser juzgada con los valores de la época que la precedió. A diferencia de las obras anteriores, sin embargo, la de Gaito Gazdánov se caracteriza por el extraordinario talento del autor ruso para la evocación, que le granjeó en su momento el entusiasmo de Máximo Gorki y Vladislav Khodasevich y la comparación con el francés Marcel Proust:

[…] en invierno de ese año me hicieron ir a parar al tren blindado y llegar al cabo de unas noches al sur; pero este viaje aún sigue en mi interior, y, seguramente, hasta el momento de mi muerte volveré de vez en cuando a sentirme delante de las ventanas iluminadas, atravesando el espacio y el tiempo a la vez, pasarán fugaces los ahorcados, alejándose bajo las blancas velas hacia la inexistencia, de nuevo se arremolinará la nieve y la sombra del tren que desaparece, deslizándose, a sacudidas, corriendo veloz a través de los largos años de mi vida.

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Gaito Gazdánov nació en San Petersburgo el 23 de noviembre de 1903 como Georgi Ivanovich Gazdanov en una familia proveniente de Osetia; se crió en Siberia y en Ucrania. A los dieciséis años de edad se unió al Ejército Blanco y después del final de la Guerra Civil abandonó Rusia y se refugió en París tras vivir algún tiempo en Turquía y en Bulgaria. En la capital francesa, a la que llegó en 1923, fue estibador en el Sena, operario en Citroën, asistente en la editorial Hachette, estudiante en la Sorbonne y taxista nocturno, una actividad que ejerció entre 1928 y 1953 y paralelamente a la cual escribió cuatro novelas, una de las cuales —Caminos nocturnos (Ночные дороги, 1941)— tiene por tema el submundo parisino y esa misma actividad. Gazdánov fue una figura recurrente de la populosa colonia rusa en París y un colaborador asiduo de publicaciones literarias como la prestigiosa Sovremennye Zapiski (Letras Contemporáneas), para las que escribió primero historias breves y luego novelas inspiradas en sus experiencias como soldado y emigrante. El autor es vinculado habitualmente al así llamado «Russkij Montparnasse», un círculo de escritores rusos cuyas principales influencias eran Marcel Proust, Franz Kafka, André Gide y James Joyce y que proponía la profundización en la psicología del personaje como una forma de apartarse de la tradición literaria rusa. A pesar de que alguna vez se le consideró un escritor francés en esa lengua, los temas de Gazdánov y su concepción de la literatura siguieron siendo rusos en el exilio y, a diferencia de su compatriota Vladimir Nabokov, el autor nunca escribió en otra lengua que el ruso a pesar de que es evidente que su obra se vio influida por la literatura francesa. Esto es especialmente visible en Una tarde con Claire (Вечер у Клэр, 1929), que elabora literariamente la experiencia rusa, y en La historia de un viaje (История одного путешествия, 1934), que se ocupa de la emigración. Gazdánov se unió a la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial y más tarde publicó El espectro de Alexander Wolf ((Призрак Александра Вольфа, 1948), El retorno de Buda (Возвращение Будды, 1949) y Peregrinos (Пилигримы, 1953); en ellas la trama policíaca era puntuada por pausas reflexivas acerca de la muerte, el destino o la suerte que llevaron a que, tras la traducción de una de sus novelas al francés en 1951, los críticos lo compararan con Albert Camus y lo vincularan, al menos marginalmente, con el existencialismo. En 1953 comenzó a trabajar en una emisora de propaganda antisoviética financiada por el Congreso de los Estados Unidos llamada Radio Sbovoda (Liberación), en la que permanecería hasta su muerte el 5 de diciembre de 1971. Entre 1955 y 1966 —es decir, durante más de una década— el autor no publicó ni un solo libro pero a partir de la segunda de estas fechas escribió y publicó tres: El despertar (Пробуждение, 1965), Evelina y sus amigos (Эвелина и ее друзья, 1968), y la inconclusa La revolución (Pеволюции, 1972). Ninguna de estas obras ha sido traducida al español; de hecho, la obra de Gaito Gazdánov era absolutamente desconocida en el ámbito hispanohablante hasta la publicación en 2010 de Caminos nocturnos en traducción de James y Marian Womack.

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Quizás, al igual que el protagonista de Una velada con Claire, Gazdánov se haya sentido un perro que come los desperdicios de un vertedero, pero quizás él haya entendido que ese vertedero era el de toda una época que tocaba a su fin. Después de marcharse al exilio, el escritor no volvió a pisar nunca más el país del que se imaginó separado por una «barrera de fuego tras la cual se hallaba la nieve y sonaban las últimas señales nocturnas de Rusia». Sus obras nunca fueron publicadas en la URSS y su nombre sólo volvió a ser puesto entre los de los mejores escritores rusos de su generación cuando cayó el régimen soviético y comenzó a ser editado; Olga Orlova le dedicó una biografía en 2003 y en 2009 se publicó su obra completa en cinco volúmenes. En Una velada con Claire, Sosédov evoca una escena infantil particularmente significativa: «recuerdo un retrato de Dostoievski en el primer tomo de sus obras. Me quitaron ese libro y lo escondieron; pero rompí la puerta de cristal del armario y de entre el gran número de libros saqué precisamente el tomo con el retrato». Quizás toda la buena literatura llegue a nosotros con el estruendo de un cristal que se rompe, pero hay que celebrar que ya no sea necesaria ninguna violencia para acceder a los libros de Gaito Gazdánov.

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