1.
Nada puede decirse sobre lo que no fue y pudo haber sido y esto le otorga una evidente superioridad frente a lo que fue, que sí puede ser juzgado. Los escritores Antoine de Saint-Exupéry, Nordahl Grieg, Jakob van Hoddis, Max Jacob, Milena Jesenská, Erich Knauf, Janusz Korczak, Erich Mühsam, Irène Némirovsky, Bruno Schulz, Vladislav Vančura y muchos otros murieron durante la Segunda Guerra Mundial, la mayor parte de ellos, en campos de trabajo o de exterminio. En la mayoría de los casos, también, su obra fue clausurada antes o durante los primeros años de la guerra, y esto les liberó de la obligación de dar cuenta posteriormente de su participación en ella y, en general, en los hechos trágicos que tuvieron lugar en Europa tras el ascenso del nacionalsocialismo. Nunca leeremos sus recuerdos de aquellos años ni sabremos su opinión sobre una historia de la que fueron las víctimas, y nunca sabremos qué hubieran hecho para seguir viviendo con un pasado incómodo.
No puede juzgarse lo que no fue pero sí lo que fue, y esto vuelve mucho más interesantes, y problemáticas, las figuras de aquellos escritores que sobrevivieron y alguna vez decidieron contar por qué y cómo consiguieron vivir con ello. A algunos de estos autores está dedicada la extraordinaria Luftkrieg und Literatur (“Guerra aérea y literatura”, publicada por Anagrama en 2003 bajo el título de Sobre la historia natural de la destrucción) de W. G. Sebald. Allí Sebald disecciona la literatura alemana de la inmediata posguerra en dos tendencias: la de «los llamados emigrantes interiores [que] se ocupaba sobre todo de darse una nueva apariencia y […] evocaba la herencia humanista occidental con abstracciones interminablemente prolijas» y «la generación más joven de los escritores que acababan de regresar» y producía «el relato de sus propias vivencias bélicas, que siempre derivaba hacia lo sensiblero y lacrimógeno».
El autor de La bandera invisible perteneció de algún modo a ambas tendencias.
2.
Peter Bamm fue el pseudónimo del médico y escritor alemán Curt Emmrich, que nació el 20 de octubre de 1897 en la pequeña localidad renana de Hochneukirch y murió el 30 de marzo de 1975 en Zollikon, Suiza. Al estallar la Primera Guerra Mundial se presentó voluntariamente a filas y combatió en el frente occidental, donde coincidió con el escritor comunista Ludwig Renn, originalmente Arnold Friedrich Vieth von Golßenau. A diferencia de Renn, quien fue condenado en 1933 a treinta meses de prisión por su supuesta participación en el incendio del Reichstag, combatió en la Guerra Civil Española del lado republicano y a continuación se exilió en México y sólo regresó a Alemania (del Este) en 1947, Bamm permaneció a flote en las turbulentas aguas del período comprendido entre 1918 y 1939 en las que se ahogaron tantos escritores: estudió medicina y sinología en Múnich, Gotinga y Friburgo de Bresgovia, visitó algunos de los principales puertos del mundo como médico de un barco y luego se instaló en Berlín, donde tuvo una consulta en el barrio de Wedding y comenzó una carrera como articulista de periódicos de izquierdas. Al comenzar la Segunda Guerra Mundial volvió a incorporarse a filas y cumplió funciones como médico militar en el frente oriental principalmente. Que participase voluntariamente en las dos guerras más importantes del siglo XX no debe provocar la impresión de que fue un aficionado a éstas; por el contrario, como explica en su autobiografía, su participación en la primera fue el resultado de un entusiasmo juvenil y su intervención en la segunda se debió a que el periódico en el que trabajaba fue adquirido por los nacionalsocialistas, que le exigieron que continuara colaborando: Bamm comprendió que si se negaba firmaría su sentencia de muerte y decidió enrolarse en el ejército como médico para escapar a esta disyuntiva. En las semanas previas al final de la guerra fue evacuado a Dinamarca y allí se entregó al ejército británico, que lo envió de regreso a Alemania y lo empleó como periodista en el servicio informativo de las fuerzas de ocupación. Más tarde publicó numerosos libros de viajes, dos biografías de Alejandro Magno y abundantes antologías de sus columnas periodísticas; todos fueron importantes éxitos de ventas. En 1960 recibió la medalla de la Sociedad Alemana de Medicina y en 1967 publicó sus obras completas en dos tomos; tras su muerte, un cuartel y una sala para propósitos múltiples fueron bautizados con su nombre, en un reconocimiento involuntario de la doble y paradójica condición de médico y de militar del escritor.
3.
Aunque Bamm fue un autor prolífico y especialmente exitoso en su momento, sus principales aportes a la literatura alemana se encuentran en dos obras, su autobiografía Eines Menschen Zeit (El tiempo de un hombre, 1972) y, particularmente, Die unsichtbare Flagge (La bandera invisible, 1952), que reúne los recuerdos de su actividad como médico militar durante la Segunda Guerra Mundial.
El núcleo sutil de esta última obra es la matanza de judíos de Nikolayev, donde «a los ciudadanos rusos de confesión judía un comando de “los otros” los registró, recluyó, asesinó y enterró de mala manera en una trinchera».
Al sostener que los soldados regulares tuvieron conocimiento del crimen Bamm desacreditó la versión de que los asesinatos de judíos habían sido llevados a cabo exclusivamente por las formaciones especiales creadas por el nacionalsocialismo, una versión evidentemente cómoda para la sociedad alemana porque libraba de responsabilidades individuales a los integrantes del ejército y desplazaba éstas a una fuerza política ya extinguida cuyas principales figuras supuestamente estaban todas muertas o encarceladas. Que esta versión estaba bien instalada entre los alemanes antes del final de la guerra queda de manifiesto en la incredulidad del propio autor, quien escribió: «De ello nos enteramos sólo por rumores que, si bien al principio no quisimos creer, al final resultaron ciertos. Un oficial del Estado Mayor había fotografiado toda la escena».
4.
Narrar estos hechos plantea dos dificultades para el autor, la primera en relación a cómo contarlos. El relato de la matanza de judíos de Nikolayev es hecho por el autor de una forma escueta y casi epigramática que contrasta abruptamente con la prosa folletinesca con la que es narrado el libro, lo que otorga un gran valor a La bandera invisible en el marco de una literatura escrita por testigos que a menudo recurrió a las frases hechas y a los giros estereotipados para dar cuenta de situaciones para las cuales no parecían haber sido inventadas aún las palabras adecuadas.
No es el único aspecto en el que la lengua literaria de Bamm admite sus limitaciones; también su narración de la cotidianidad de la guerra está atravesada por un enajenamiento de las figuras y de los objetos que les otorga un cariz fantástico. En La bandera invisible los raides nocturnos de la aviación soviética son llevados a cabo por «máquinas de coser», los cigarrillos reemplazan a las divisas en los intercambios económicos, el coñac pasa a ser llamado «café» para no contravenir las ordenanzas, a falta de flores los tiestos son decorados con racimos de granadas, los cacharros de cocina son la excusa para no tener que hacer el saludo hitleriano, las condecoraciones militares son «adornos del árbol de Navidad» y «un espejo, una billetera, una foto enternecedora de unos niños con mejillas mofletudas o de una casita a orillas de un lago junto al Havel» pueden ser los únicos testimonios de que alguien ha vivido y ha sido su propietario.
5.
La segunda dificultad a la que hago referencia concierne a la responsabilidad individual del autor en relación a la matanza de los judíos de Nikolayev y a los otros crímenes del nazismo. Aquí la posición de Bamm queda patente: por una parte se excluye de las filas nacionalsocialistas llamando a sus fanáticos «los otros» y calificando alternativamente a su líder de «histérico», «fanático esquizoide» y «paranoico» y atribuyéndole un pensamiento mágico y primitivo; por otra, admite que él supo y fue testigo pero no pudo hacer más que sostener su bandera invisible para que su sombra diese protección a los más desfavorecidos. Al ver las fotografías de la matanza Bamm cree y repudia, pero su visión también le convierte en cómplice y, años después, tan sólo puede afirmar «Nosotros lo sabíamos. No hicimos nada» sin ofrecer ninguna justificación y sin esperar ninguna disculpa.
6.
En el contexto de la literatura alemana de la inmediata posguerra, sin embargo, una declaración de este tipo resultaba incómoda para todos, no sólo para su autor; de hecho, fueron necesarias varias décadas para que otros escritores alemanes como Günter Grass creyeran llegado el momento adecuado para hablar públicamente de su participación en la guerra. Al referirse en una fecha tan temprana como 1952 a la participación necesaria del ejército regular alemán en los asesinatos de judíos, así como a los malos tratos dados a los prisioneros de guerra y a los cautivos destinados a trabajos forzados, Bamm demostró una entereza de la que otros carecieron, incluso aunque su relato parezca viciado de a ratos por su intención de maquillar la invasión a la Unión Soviética con los modos de una campaña sanitaria esencialmente benéfica para las poblaciones afectadas y también por la tendencia evidente en la obra a pasar por alto los episodios escabrosos y detenerse en las anécdotas cómicas que dejan bajo una luz positiva a su autor y a los demás personajes. Uno se pregunta al leer La bandera invisible si «la fisura entre los hechos y la fachada» que, según el autor, ya se había extendido en la sociedad civil alemana durante el nacionalsocialismo y a partir de cierto momento también irrumpió en el ejército no continuó posteriormente en los testimonios de los sobrevivientes, muchos de los cuales, como sostiene Sebald, no estuvieron a la altura de lo que habían vivido; si algo excluye a Peter Bamm y a su obra de formar parte de este último grupo es el hecho de que La bandera invisible no es tanto una justificación personal de lo hecho durante la guerra como un homenaje a todos aquellos que lucharon bajo «la bandera invisible» de la dignidad humana, hombres y mujeres anónimos que eran cocineros, bedeles, enfermeros o comerciantes y que demostraron una inteligencia de la que carecieron sus líderes. Bamm fue tan lejos en el reconocimiento de una responsabilidad individual que contribuía a una culpa colectiva como ningún otro escritor alemán del período, haciendo frente a unas dificultades surgidas de la proximidad de los hechos narrados, a los claroscuros de la implicación personal en esos hechos y a las aparentes limitaciones de la lengua literaria alemana para narrarlos, y esto lo distingue entre sus contemporáneos.
7.
«El ideal de lo verdadero […] se muestra, ante la destrucción total, como el único motivo legítimo para proseguir la labor literaria. A la inversa, la fabricación de efectos estéticos o seudoestéticos con las ruinas de un mundo aniquilado es un proceso en el que la literatura pierde su justificación», escribió Sebald. A menudo los juicios categóricos no se corresponden con la realidad, que también es categórica. La bandera invisible se resiste a someterse al juicio de Sebald por cuanto, si bien aspira a narrar «lo verdadero», tan sólo puede hacerlo mediante los artificios de una lengua literaria para la que los hechos trágicos del siglo XX, su vinculación estrecha con la creación reciente de tecnologías para las que eran necesarias nuevas palabras y el tamaño de la destrucción producida de forma industrial, eran aún inenarrables; sería necesario que transcurrieran algunos años, los que median entre la publicación de la obra de Peter Bamm y el extraordinario poema de Nelly Sachs «Chor der Geretteten» (Coro de los salvados, 1961), la obra de Arno Schmidt Aus dem Leben eines Fauns (Momentos de la vida de un fauno, 1953) o los poemas de Paul Celan, para que la lengua literaria alemana se dotase de las herramientas para narrar la tragedia.
8.
«Lo único que permaneció invicto hasta el final fue la resistencia de los jefes contra la razón», afirma Bamm. Ante la imposibilidad de imponerse al férreo voluntarismo de los mandos militares cercanos al nacionalsocialismo y a su convicción en una victoria final surgida de lo más hondo de su pensamiento mágico, Bamm y sus hombres recurrieron a argucias, falsificaciones y extorsiones que salvaron a miles de hombres. El relato de estas triquiñuelas emparenta a La bandera invisible con libros como El bravo soldado Schwejk de Jaroslav Hašek (1922), Vida e insólitas aventuras del soldado Iván Chonkin de Vladímir Voinóvich (1974) y Trampa 22 de Joseph Heller (1961). Al igual que los protagonistas de ambos libros, los berlineses de La bandera invisible siempre están dispuestos a derrotar la absurda lógica militar de las órdenes que se les dan con su sentido común y su talento para las soluciones alternativas, habilidades especialmente relevantes en la segunda mitad del relato, cuando permiten conservar la vida propia y las de los enfermos a su cuidado en medio de una retirada apresurada y caótica. «Nuestro talento para desoír órdenes que no tenían sentido creció considerablemente en el transcurso de la guerra en Rusia», afirma Bamm; de ese talento provienen las mejores páginas del libro.
9.
Peter Bamm comparte con el Victor Klemperer de Ich will Zeugnis ablegen bis zum letzten.Tagebücher 1933-1945 (Quiero dar testimonio hasta el final: diarios 1933-1945) y del extraordinario Lingua Tertii Imperii (La lengua del Tercer Reich, 1947) y con otros supervivientes de la tragedia europea del siglo XX una idea principalmente moral de lo que Europa es. Al final del libro, cuando ya todo parece perdido, los personajes encuentran consuelo en un poema de Friedrich Schiller y en los primeros doscientos versos de La odisea de Homero, que se saben de memoria y comienzan a recitar en la soledad de un búnker sacudido por las bombas; estos testimonios de la cultura occidental preservados en tiempos de barbarie son parte también de aquello que simbolizaba «la bandera invisible», que finalmente y pese a todo «se mantuvo en alto». «Para ayudar a quienes sufrían se llevaron a cabo innumerables heroicidades. Millares de hombres dejaron sus vidas en ello. Sus tumbas desconocidas en las extensas llanuras del este son monumentos a la tradición occidental», escribe el autor. Este libro de Peter Bamm es uno de esos monumentos.