Martínez, un joven argentino, decide emprender un viaje por Alemania para intentar localizar a un viejo profesor de filosofía —cercano al círculo de Heidegger— y discutir con él la traducción al español de uno de sus libros. Sin embargo, lo que en un principio iba a ser una simple visita deriva en una persecución por toda Alemania, un juego de espejos, laberintos, falsas pistas y equívocos a través del cual perseguidor y perseguido acaban desvelando su identidad.
“La propuesta de Pron obliga a reflexionar sobre el estatus de lo literario y de lo generacional en nuestra época. Si tuviera que establecer una cartografía de complicidades con otros textos de este inicio de siglo, pensaría en Los Lemmings, de Fabián Casas, uno de los relatos sobre la última dictadura militar argentina más inteligentes y oblicuos que he leído; pero pronto cambiaría de registro y me iría a Los rubios (2003), la iconoclasta película documental de Albertina Carri sobre los desaparecidos; es más, no me quedaría en el Cono Sur, vendría a España y añadiría El vano ayer (2004), de Isaac Rosa, y el teatro radical de Rodrigo García y de Roger Bernat.” Jorge Carrión, ABCD las artes y las letras
La crítica ha dicho
“Un cuadro, una vivísima pintura, que esconde, debajo de lo que se ve, otra pintura, otra verdad. Acaso otra historia alemana.” Javier Goñi, Babelia (España)
“Nacido en la convulsa Argentina de 1975, Pron es un hijo de la barbarie. Sospecho que la suya es una réplica oblicua. Para encontrar un referente al riesgo que asume con su réplica y a la ambición formal que comporta, es preciso pasar por alto la festiva narrativa argentina de los 90 y remontarnos a Respiración artificial, de Ricardo Piglia”. Matías Néspolo, Quimera (España)
“Una obsesiva reflexión sobre la Historia, sus posibilidades […] y sobre lo que en términos culturales hoy se reconoce como políticas de la memoria. […] En la Alemania que radiografía el argentino no se oyen bombas, sino el sonido de pequeños huesos rompiéndose, de pasos que resuenan en pasillos vacíos o el tintinear de llaves o vidrios rotos. Sus paisajes están hechos de techos grises, chimeneas de fábricas y cúpulas de iglesias que se pueden ver a través de cristales que reflejan pálidas máscaras. Los interiores fríos y pringosos no resultan más acogedores. Las catástrofes bélicas se pintan y exhiben en los bares, los estudiantes circulan ‘como tanques de guerra en el desierto’ o una anciana gime mientras recuerda un bombardeo frente a Dresde. A cada paso, los detalles que Martínez percibe revelan el horror que convive con lo cotidiano. […] Un friso despiadado del presente alemán, que, por el mejor camino que propicia la literatura, el indirecto, el esquivo, nos habla del presente argentino. […] Como dejan pensar las sugestivas imágenes de la novela de Pron: el pasado puede ser un juguete roto; el futuro, un niño que juega con él”. Diego Colomba, La Capital de Rosario (Argentina)
“Voces que huelen a tabaco negro y a salchichas, el olor dulce de la marihuana que algunos okupas combinan con aquel otro del cocido, dando vueltas a la cosa; ojos que leen en el humo y actrices porno vencidas por la cocaína, el aspecto lobuno de los hombres/sabios barbados y todas las patologías adolescentes que combinan esperma, fantasía y diccionario en rotundo frenesí. El olor en el aire a frutas, ropa mojada, aceite industrial. Si el interés colectivo puede imponerse o no a la salvación individual. Pron: lúcido y terrible.” Diego Medrano, El Comercio Digital (España)
“Su escritura desborda de ideas, de salidas de tono, de humor, de deseo de literatura. La animadversión que ha despertado se justifica menos por un hecho puntual que por la posible aparición de un nuevo paradigma de narrador argentino caracterizado por la huida de un medio y de una lengua.” Quintín, Perfil (Argentina)
“Con El comienzo de la primavera […] sucede aquello que cualquier lector apasionado y crédulo espera de la literatura: al cerrar el libro, un conjunto de imágenes densas pueblan todavía la imaginación; aún se saborea el efecto de una buena trama, y quedan ganas de volver a aquel pasaje tan bien escrito, o a aquel en que ya estaba sutilmente anunciada la resolución de un enigma. […] La novela de Pron es un texto anclado en el sentimiento de lo siniestro, una especie de siniestro-histórico que parece aflorar en episodios nimios de un presente engañosamente armónico. El comienzo de la primavera es una admirable novela que encuentra una forma nueva de representar el pathos de la memoria histórica y la simbolización del pasado ominoso, y deja entrever, además, los hilos que comunican el escenario de la Alemania actual con cierta zona del pasado argentino.” Soledad Quereilhac, La Nación (Argentina)
“Una muy ambiciosa novela, filosófica e intelectualmente.” Guy Doms, Hebban (Países Bajos)
* Recibió el Premio Jaén de Novela 2008 y fue distinguida por la Fundación José Manuel Lara como una de las cinco mejores novelas publicadas en España en 2009. DeBolsillo publicó en España una edición corregida de la novela simultáneamente con la aparición de la nueva obra del autor, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia. Ambas obras fueron publicadas en mayo de 2011.
Algunas páginas
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Uta von Hofmannstahl, de casada Hollenbach
Examinó el jardín con un gesto de preocupación. Unas briznas de hierba crecían allí donde antes había habido flores, alineadas en canteros rectos que producían en aquel tiempo la apariencia de un orden en medio del despliegue desordenado y vital de la voluntad. En ocasiones ella lo tomaba del brazo y lo sacudía suavemente para deshacer las ensoñaciones que parecían caer sobre él como la bruma de sus bosques suabos. Él la miraba con extrañeza, como si fuera una desconocida, pero entonces ella apoyaba la cabeza en su pecho y le dejaba oler en el cabello el aroma de la menta que había cortado en el jardín un instante atrás. Quizá en esos momentos, pensaba ella, él podía reconocerla, podía comprender quién era él y qué hacía contemplando un jardín de flores alineadas como tropas que marchan al combate en un día de verano cualquiera, un día de esos tiempos en que la voluntad se expresaba. Luego él entraba a la casa y se encerraba en su cuarto.
Ella pensó que sería necesario desbrozar el jardín, restaurar el orden invisible de los canteros rectos. Notó que el tiempo había cambiado. Miró hacia el cielo y sólo vio nubes negras sobre la casa. Más allá, la torre octogonal de una iglesia parecía hendir el cielo plomizo en un combate a todas luces perdido de antemano. Hacía frío. Una gota helada golpeó en su antebrazo desnudo y ella contempló por un momento como se deslizaba sobre la piel. Entonces recordó la ocasión en que, al brindar durante una fiesta en el edificio de la Cancillería realizada para celebrar la anexión de Austria al Reich en marzo de 1938, el ministro de la Propaganda chocó su copa con la suya con tanto entusiasmo que la salpicó en el antebrazo con una gota de champán. De inmediato se deshizo en disculpas, sacó de su bolsillo un pañuelo y secó con suavidad su piel. Era un pañuelo de mujer, le contó ella a él aquella noche cuando regresaban de la fiesta, con unas iniciales bordadas en una esquina que ella había reconocido después y que eran las iniciales de una actriz famosa. Una segunda gota de lluvia la alcanzó y la mujer entró en la casa.
Él tomaba pastillas, principalmente Lopressor y Altace, y varias aspirinas por día para empujar la sangre endurecida a través de las venas. Un milagro cotidiano, pensó ella, la sangre de un muerto licuándose en un cáliz roto; sólo que el cáliz aún no está roto del todo, se corrigió al entrar en la casa: él sigue respirando.
En ocasiones él se acercaba a su mesa de trabajo. Empuñaba la pluma y tomaba notas, volvía a jugar esos pequeños juegos intelectuales que habían contribuido, al menos en parte, a cambiar la historia de Alemania. Cuando eso sucedía, ella tenía la obligación de permanecer fuera del cuarto, esperando. Si no sucedía, había que empujar la vieja sangre con más aspirinas y una segunda toma de Lopressor para que pudiera hacer correr la pluma sobre el papel. “Yellow pen with a black cover and an eagle painted on the top” se sorprendió recordando, pensando en el idioma que se le había enseñado de adulta, cuando todas las palabras de su humillación eran dichas en ese idioma. Hizo girar la llave dentro de la cerradura. Entró al cuarto. Él miraba la puerta con expresión distraída. Ella se inclinó a su lado, recogió del piso el manojo de llaves y se lo puso en la palma de la mano. Él la cerró alrededor de ellas, como si fueran un tesoro por fin recobrado.
En el comienzo había una frase: «”En Alemania la campana de la iglesia cristiana siempre sonará más fuerte que el canto del almuédano”. Martínez miró la portada del periódico con asco y volvió a dejarlo sobre la mesa del bar sin intentar siquiera continuar con su lectura. El café en su taza se había enfriado. Mirando hacia abajo podía ver su rostro reflejado en él como si emergiera de un páramo oscuro, de una bruma negra igual a la que había visto surgir de la tierra al cruzar de madrugada los campos alemanes en un tren que se detenía en estaciones minúsculas en las que no subía ni bajaba ningún pasajero, pueblos insignificantes en los que sólo la torre de la iglesia parecía capaz de romper la horizontalidad en la que vivían sus habitantes. Martínez se preguntó cuántos de ellos morirían en ese mismo instante, si la serenidad de aquellos pueblos sería interrumpida fugazmente por el grito de un niño que acaba de romper en el mundo como una ola en la playa, violenta e inútilmente, como si fuera la única ola que tocara alguna vez la arena dorada, como si ningún otro niño fuera a nacer jamás. De ser así, de nacer un niño en ese momento, habría esperanza para ese país, puesto que sería una señal de que la vida seguía imponiéndose a la muerte; pero, si eso ya no sucediera, corroboraría lo que Hollenbach le había escrito en una de sus primeras cartas: que en Alemania sólo campeaba la muerte. Hollenbach había escrito: “Me dice que desea venir a estudiar conmigo. Remarca que ha leído algunos de mis libros, extendiéndose incluso sobre algunos que preferiría no haber escrito nunca. Y, sin embargo, aún no responde la pregunta de mi primera carta, ‘¿por qué?’ Puesto que, según afirma, ha leído mis libros ―lo cual, desde mi punto de vista, lo convierte en alguien tan poco relevante para mí como mi sirvienta, que los ha leído mientras les quitaba el polvo y parece haber entendido tan poco de ellos como la mayor parte de mis colegas― me pregunto por qué desea usted profundizar en algo en lo que yo mismo creo haber llegado al fondo. He escrito libros tratando de entender la historia alemana y siento que no he obtenido ninguna respuesta a mis preguntas. A cambio, me he visto involucrado en asuntos penosos que sólo me han traído trastornos y me han acarreado incontables enemigos dispuestos a calumniarme. Créame, en Alemania sólo campea la muerte.”