Palíndromo en otra cerradura (Homenaje a Duchamp) / Lorenzo García Vega

Prólogo / Ensayo

Lorenzo García Vega | Palíndromo en otra cerradura (Homenaje a Duchamp)Madrid: Barataria, 2011 | Pp. 7-11

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A menudo escuchamos como argumento a favor de la literatura que ésta puede crear el París de Balzac, es decir, otorgar sentido y belleza a aquello que de otro modo no es más que un puñado de calles y algunos habitantes anónimos; esta concepción de la literatura, que deposita su valor del lado de la posibilidad de significación —y las características que se le asocian de forma más recurrente en el ámbito de la literatura: profundidad psicológica, referencialidad histórica y coherencia argumental entre las más recurrentes— no es aceptada de forma general, sin embargo: un puñado de escritores entre los que se encuentra el cubano Lorenzo García Vega han puesto en entredicho esa concepción de la literatura como instrumento para la producción de una visión ordenada del mundo y le han opuesto otra cuyo valor está depositado en la posibilidad de superar las limitaciones impuestas a la literatura por su instrumentalización y por la idea de que ésta tiene que poseer necesariamente un sentido.

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Palíndromo en otra cerradura (Homenaje a Duchamp) participa de esa tendencia —que podríamos denominar «negativa» en relación a la concepción dominante— cuya finalidad es liberar a la literatura de su aparente obligación de ser referencial y cuyos antecedentes son Raymond Roussel, André Breton, Louis Aragon y los surrealistas, William Burroughs, Georges Perec, Macedonio Fernández, Juan Emar, Pablo Palacio, César Vallejo, César Aira y otros raros. Escrito a partir de unas notas tomadas por Marcel Duchamp para la creación de su obra «La marièe mise à nu pair ses célibataires», también conocida como «El gran vidrio» (1915 a 1923), Palíndromo en otra cerradura no requiere necesariamente ser evaluado por lo que es, sino precisamente por aquello que no es: en él, García Vega renuncia a los personajes, al argumento y a la referencialidad; es decir, a todas aquellas cosas que determinan que una obra sea leída como literatura; en su lugar, produce un texto que reúne elementos de la poesía visual, didascalias, listados, diálogos inconclusos, pasajes de escritura automática, instrucciones para juegos inexistentes, fragmentos de sueños y proyectos para piezas conceptuales que no serán realizadas, todo un artefacto fragmentario cuyo significado parece escapar al lector a cada momento; si lo posee, el significado del texto debe buscarse en el pasaje en el que el narrador alude a la desecación como metáfora del proceso creativo —es decir, en el texto como resultado de una operación de sustracción—, pero también en los versos del poeta y ensayista venezolano Eugenio Montejo «la nada de donde todo se suspende, / eso es lo nuestro» que el narrador glosa una y otra vez: «Quisiera dibujar la Nada. Que todas estas páginas fueran como la Nada» o «La Nada es un largo desarrollo sobre la Nada».

Se trata del intento de producir un texto cuyo único significado sea la sustracción del significado, un artefacto textual que carezca de referente por ser él mismo su única finalidad y su único sentido. Palíndromo en otra cerradura es todo aquello que, supuestamente, un texto literario no debería ser jamás: es repetitivo, irregular, está plagado de cortes abruptos y de preguntas que carecen de respuesta y de hilos argumentales que se deshilachan a poco de haber sido esbozados sin llegar a ninguna conclusión visible, no adhiere a las convenciones sobre el uso de los signos de puntuación y carece aparentemente de sentido, pero la razón por la que existe, y el único criterio de validez que el texto requiere, puede hallarse en su comparación con aquellos pintores expresionistas abstractos que hacia 1950 creyeron liberarse de los impedimentos que condicionaban la producción artística de su tiempo concibiendo la tela como el ámbito de una acción y no como la finalidad última de la pintura.

A raíz de que el único mensaje que viene a dar Palíndromo en otra cerradura poco antes de extinguirse es el de su propia singularidad, el texto no sólo es un monumento de sí mismo, sino el ámbito de producción de un tipo de acción artística que aparece singularizado en la propia obra en pasajes como aquellos en los que se habla de cápsulas —por ejemplo las «cápsulas Duchamp» para energías desatendidas— o en «Para construir un gato huyuyo», en el que se ofrecen instrucciones para realizar una intervención artística improbable, una operación que en Vilis (1998), otro de los textos del autor, aparece en el diario de un constructor de «cajitas» que sirvan para narrar experiencias plagadas de sinestesia: un olor, la melodía de un olor, etcétera. En ese sentido, la propuesta de Palíndromo en otra cerradura es la de un tipo de literatura carente de referencialidad cuyos textos tan sólo refieren a sí mismos únicamente porque los artefactos que deberían ser construidos con sus instrucciones son imposibles de realizar; también en Vilis, García Vega los imagina como “objetos que pudieran ser como espejos […] pequeños objetos híbridos, que por sí mismos no sugirieran nada. Objetos vaciados, diríamos, y que por haberse vaciado pudiesen, como espejos, relatar nuestro destino”.

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Como sostuvo el escritor argentino Marcelo Cohen, los textos de García Vega participan de esos escasos «momentos en que la literatura parece pasar de la línea al volumen, de la sucesión a la simultaneidad, anular el tiempo en espacio». Es paradójico que lo hagan en nombre de la Nada: incluso aunque Palíndromo en otra cerradura parece no tratar sobre «nada» en un sentido convencional, el texto le arranca a esa Nada el tipo de experiencia de lectura que sólo producen los textos audaces y valientes. A comienzos de abril de 1949, Duchamp participó en una mesa redonda sobre arte moderno en San Francisco en la que estableció una distinción entre el gusto, que «presupone un espectador autoritario que impone lo que le gusta o le disgusta, y traduce en “bello” o “feo” lo que él percibe como placentero o enojoso» y un cierto eco estético cuya «víctima» «rechaza espontáneamente las exigencias de su ego y […] se somete a una obligación agradable y misteriosa». Duchamp propuso esta distinción con la finalidad de dar cuenta del tipo de efectos que quería provocar en el público, pero también con la expectativa de depositar el valor en el arte ya no del lado de las certezas sino del misterio y de la aventura: «Al ejercer su gusto [el espectador] adopta una actitud de autoridad, mientras que, cuando es alcanzado por una revelación estética, el mismo hombre, de un modo casi extático, se vuelve receptivo y humilde». Esa receptividad es la requerida por el lector de Palíndromo en otra cerradura; su recompensa es la aventura de leer un texto sin compromisos con una visión instrumental de la literatura, que va de la nada a la nada dejando el único testimonio de su duradera inquietud.

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