“Cualquier escritor sabe que pocas cosas tienen sentido, salvo leer, escribir y a veces amar (aunque esto no siempre tiene sentido), de modo que deja volar la imaginación (aunque la imaginación más bien actúa de forma subterránea y no vuela en absoluto) y tira del hilo, sigue hacia delante (o hacia abajo). Un pintor, cuyo padre es una «nota al pie», piensa que él no puede variar a la manera de los músicos cuando versionan (aunque esto no es del todo cierto: piénsese en Las Meninas de Picasso, por ejemplo). Un personaje intenta reconstruir una fiesta muchos años después para que aparezca Ella (a la manera de Pierre Menard, pero en lugar de volver a escribir el Quijote, vuelve a acontecer la fiesta), con una fe inquietante por la repetición. Otro escritor llamado Patricio Pron contrata a dos actores para que le sustituyan en las giras promocionales. Un poeta chileno destroza un hotel, como Charly García. Un boxeador despierta en un hospital y sabe que volverá a tener ese accidente una y otra vez. Una pareja de activistas políticos en la Argentina de los setenta tienen un hijo y ya sabemos cómo terminan, es decir, muertos después de ser torturados. Un hijo que es el paréntesis en la vida de los padres, viaja con sus abuelos por el campo argentino. Una pareja no puede tener hijos y a cambio se le llena la casa de gusanos. Un cuestionario de ingreso a Estados Unidos es la repetición de una historia del Berlín antes del Muro, y ligar en Tinder es una variación de seguir estando bastante solo.” [Sigue leyendo]

Rumiar La Biblioteca (España), marzo de 2018.