“Frente a esa subordinación del arte a la política, Pron plantea la necesidad de sostener el impulso irreverente y subversivo inicial de la creación. Una relectura permanente del funcionamiento social del arte que cuestione sus modos de valoración. Quien no discuta la política del arte se encontrará obedeciendo sus reglas, más allá de sus deseos. ‘Admito que no es fácil diferenciar ambas esferas, que se confunden deliberadamente en la novela, pero creo que la relación puede establecerse en los siguientes términos: sea con la excusa de estar produciendo una literatura ‘política’, o amparándose en un ‘giro autobiográfico’, en la exhibición de la intimidad o en la necesidad expresiva, una literatura como la contemporánea, que no cuestiona sus instituciones, sus formas de circulación, la ilusión de la autoría y las instancias que establecen su valor, y se entrega por completo al consumo (a las instituciones económicas que conforman el único poder real en este contexto), es una literatura deliberadamente política, ubicada con facilidad a la derecha de cualquier cosa que se considere el centro literario actual, al margen de lo que sus autores voten o digan votar’.” [Sigue leyendo]

La Nación (Buenos Aires), 18 de septiembre de 2016.