Me descubro sonriendo, mientras preparo la reseña de esta estupenda novela de Patricio Pron con un juego vanguardista: una búsqueda de Google que se convierte en una súplica. Para echar un vistazo a las entrevistas que le han hecho al autor desde la publicación del libro escribo a toda prisa en el buscador ‘Pron, no derrames tus lágrimas’ y pulso enter. Sólo cuando veo mi propia búsqueda me doy cuenta de esa humorada involuntaria, una búsqueda fría y profesional que se convierte contra mi voluntad en una petición sentimental. No hay razón por la que no hubiese podido gustarle también a un Gómez de la Serna, a un Breton, a un Tzara. Más divertido aún, supongo, le resultará al mismo Pron porque el corazón de este libro es precisamente vanguardista: un fresco de seis voces que relatan uno de los episodios más particulares de la historia de la literatura italiana del pasado siglo, sobre todo en lo relacionado con el futurismo (el movimiento vanguardista italiano por antonomasia creado por Marinetti y vinculado al fascismo): el Congreso de escritores fascistas europeos que se celebró del 20 al 23 de abril de 1945, y que sólo duró hasta el 21 debido a la muerte de uno de sus asistentes, el escritor Luca Borrello, acontecimiento que obligó  no sólo a intervenir a las autoridades de la República italiana de Saló sino a la dispersión de los escritores que participaron en él.

Resulta casi imposible (y seguramente también infructuoso por muy del gusto que sea de la inmensa mayoría de los críticos en este país) hacer una minuciosa descripción de la trama de No derrames…. La novela no sólo tiene una extraordinaria riqueza en niveles discursivos y voces narradoras, sino que es precisamente esa polifonía y esa deliberada confusión acerca de cuál es la verdadera realidad la que funciona como una de las grandes energías gravitatorias del libro. No me detendré pues, en esa instancia, o sólo quizá para decir que el libro lo es casi literalmente todo: novela negra, metaliteraria, experimental, confesional, memorialística y ensayística. Uno podría recorrer todos esos elementos desde el punto de vista de la trama sin decir gran cosa, por eso prefiero centrarme aquí en lo que considero que son los ejes semánticos del libro.

El primero de ellos podría ser la estrategia fatal de vasos comunicantes que se produjo entre la dialéctica (y verdad) del Estado y el discurso literario (individual y colectivo) durante esas décadas tan convulsas de la historia europea. ‘Qué importa que este fuego puro se haya limitado a consumirse a sí mismo. Ha querido sinceramente ser puro’ cita Pron a Artaud haciendo casi un retrato sentimental de grupo de la fascinación (idealista, más que cínica) de todas las vanguardias. Muchos harán casi de carrerilla la conexión con el Bolaño de La literatura nazi en América pero más allá de los paralelismos inevitables, el libro de Pron es resbaladizo en el mismo lugar en el que Bolaño es organizado. Lo que interesa a Pron es precisamente la ambigüedad con la que lo estatal asume y hace propios los discursos que han sido individuales para devolverlos a los lectores como una verdad impuesta, y viceversa, la forma en la que las verdades impuestas y estatales son redefinidas y reconstruidas desde los individuos.

Otra clave importante es la forma en la que la literatura, la verdadera literatura, hunde sus raíces de una manera insoslayable en la vida. No derrames… comienza con un minucioso y fantásticamente relatado paseo de uno de los protagonistas, Pietro Linden, un joven universitario que persigue por las calles de Turín a un viejo profesor con el ánimo de trazar el camino a sus compinches de las Brigadas Rojas para que lo asesinen. Lo que podría ser una sencilla escena del libro se convierte, de alguna manera, en una superconcentración de la fragilidad con la que, en la vida, se tuercen las opiniones, se definen los destinos o, sencillamente, se muere. Puede que nuestra conciencia de la Historia (como explicaba Wittgenstein que es nuestra memoria de los muertos) sea rígida, coherente y clara, pero la verdadera historia fue todo menos rígida, coherente y clara para quienes la protagonizaron, y esa es otra de las grandes enseñanzas también de Patricio Pron.

Y muy relacionado con esa verdad, el otro eje clave de este No derrames… lo da el propio título: la banalidad de nuestros esfuerzos para perpetuar nuestro nombre, la batalla siempre perdida de antemano de la literatura, ese “divino fracaso” del que hablaba Cansinos Assens: la obra perdida de Luca Borrello y la extraordinaria invención por parte de Pron de todo un corpus tan verosímil es tal vez uno de los aciertos más reseñables del libro. No derrames… es, en última instancia, una investigación personal sobre qué cosa es ese inasible denominado “talento” literario, en qué consiste, hasta qué punto está construido por las casualidades biográficas, por las disposiciones mentales, por las neurosis y las circunstancias históricas y hasta qué punto es un milagro inexplicable, “una caída vertical” (Simone Weil). En ese sentido es fácil ver la fascinación privada de Pron por uno de los autores fascistas más inclasificables de todos los tiempos: el norteamericano Ezra Pound.

Sólo por la ambición con la que está trazada la estructura de esta monumental novela (la mejor hasta la fecha, a mi juicio) de Patricio Pron, merecería ya un lugar entre los mejores logros no sólo de su generación, sino de la literatura argentina de este breve trazo que llevamos de siglo, pero es que además da la casualidad de que No derrames… se lee con la fascinación de un libro total, el primer libro certificadamente incontestable de un autor al que ya exigiremos siempre que permanezca a esta altura.

 

Turia 120, diciembre de 2016.